El cielo dorado y sus nubes áureas irisaban todo el paisaje que cubría su mirada como si se encontrara en un sueño. "Sois fría, mi señora. Ni siquiera el amor de vuestro consejero consigue ablandaros ese corazón de piedra"... ¿Hablaba con sabiduría ancestral? ¿Por qué creía sus crueles palabras? Ella era la reina, ella era el desierto. Su voz resonaba en su mente, mezquina, cautivadora... ¿Estaba logrando profanar sus convicciones?
- Akinom... -susurró Ark-los. La reina permanecía inmóvil, hierática, pero su mirada yacía perdida en las arenas y en Hahsuc. No le gustó su expresión. ¿Qué le ocurría?
- Vos... No oséis pronunciar ni una palabra más en presencia de vuestra reina. No sois digno del oasis, de su magia ni de mi corazón -terció.
Hahsuc la miró anonadado. ¿Por qué rehusaba su ardiente amor? ¿Prefería a ese consejero sin linaje antes que a su apolíneo prometido?
- Sois cruel, mi señora. Pero vuestra crueldad solo me hace anhelar más fervientemente vuestro amor.
Akinom bufó con desprecio y desesperación.
Kârmne inspiró profundamente para poder entrar en trance. Con suavidad y lentitud, sopló las velas que iluminaban tenuemente la pirámide hasta que solo quedaron vivas las que rodeaban la figura de Berthal. El joven no se movía y parecía sumido en un sueño inquieto provocado por las fragancias. Por un momento pensó que sería ilustrativo poder contemplar sus pensamientos, pero pronto rechazó esa idea. Fijo que eran de lo más turbio... Sueños de poder, delirios de grandeza y bellas mujeres. No quería esas imágenes en su propia mente. La sacerdotisa se aproximó al joven y removió los pétalos de las flores para que desprendieran sus esencias con más vigor...
- Kârmne... -musitó el joven en sus sueños. La sacerdotisa se acercó a su rostro y lo contempló. Hahsuc no... hermano...
La mujer le miró con curiosidad. ¿Sabía aquel cenutrio que Hahsuc no era su verdadero hermano? No podía creérselo... Abandonó el ritual y se le quedó mirando fijamente en busca de más palabras. El joven empezó a roncar y la sacerdotisa bufó indignada. Por un instante, sintió el aliento de Akinom y vio los ojos de cordero degollado de Hahsuc en un paisaje dorado. Pestañeó. Su señora estaba en serio peligro...
Los ojos de Am-näir estaban llenos de brillantes lágrimas y al resto de siervas se les rompía el corazón... La joven se había derrumbado y había comenzado a llorar silenciosamente. Ella, la incólume, la más valiente y ambiciosa, sollozaba sin consuelo. Una de las jóvenes se acercó y desató sus manos, a pesar de los susurros de las demás. No podía dejarla en tal deplorable estado... La vigilaban de cerca, no pasaría nada. Cuando se vio liberada de sus ataduras, la joven sonrió en agradecimiento e inmediatamente echó mano a su túnica, de la que sacó una pequeña botellita que estampó contra el suelo no sin antes cubrir su rostro, haciendo que todos a su alrededor cayeran sumidos en un profundo sueño...
¿Qué demonios ocurría? Por Ra que tenía que averiguarlo.
- Vuestras palabras son necias, tan solo anhelais poder, devastación. Imlan jamás será vuestro. Yo jamás seré vuestra.
Estaba realmente gloriosa y brillaba con luz propia. Ark-los no podía dejar de admirarla en las sombras. Aquella ya parecía más su Akinom, una auténtica reina del Nilo.
- Mi señora...
- No. No soy vuestra señora...
- ... Sois señora del Nilo, de la tierra. De todo lo existente. De mi corazón, aunque lo neguéis -interrumpió Hahsuc.
- Nunca, nunca...
- Siempre. He cometido errores en búsqueda del poder y la gloria. Pero existen otros caminos. Mostrádmelos.
¿Pero quién se creía para hablarle de ese modo? ¡El amor de su vida estaba justo detrás!
- No sois quién para recorrer según que caminos. Volved a vuestra tierra y tendré clemencia.
Una carcajada de Hahsuc la sorprendió del todo. ¿Se reía?
- No me hagáis reír... Un uraeus y vuestra semejanza física con Hathor no son suficientes para gobernar un reino.
Akinom no sabía qué decir. ¿Qué había cambiado de nuevo? El oasis de los perdidos parecía hacer perder la coherencia a aquel despreciable... No entendía aquellos cambios tan bruscos. La luna relucía con su enorme belleza en el firmamento. ¿Sería su influjo el que le hechizaba?
- Akinom...
La voz de Ark-los trajo de vuelta sus pensamientos. No podía permitir que Hahsuc estuviera ni un instante mas en aquel lugar sin purificar su espíritu.
La sacerdotisa había vuelto al ritual mientras Berthal roncaba como un poseído. Tras varios hechizos y ceremonias consagró la pirámide y todo lo que se hallaba en su interior. Berthal comenzó a gritar asustándola y trató de incorporarse tan de golpe que la sacerdotisa cayó hacia atrás.
- ¡Oh, que horrible pesadilla! ¿Dónde está mi hermana, la princesa Akinom?
Kârmne se quedó sin palabras. Aquel no parecía Berthal, el niño engreído hermano del aún más petulante Hahsuc. Parecía un joven comprometido con el reino, maduro, serio... ¿Tan fuerte había sido el ritual que había cambiado su personalidad?
- Debemos advertirle. Hahsuc hará todo lo que esté en su mano para arrebatarle el reinado y quizá... Quizá quiera asesinarla -dijo con seriedad. Kârmne no se lo podía creer. Sin ningún disimulo, comprobó las pociones que tenía en la pirámide. ¿Le había dado alguna por error? No era capaz de recordarlo...
- Sacerdotisa, soltadme y juntos protegeremos a Akinom, a mi hermana.
Kârmne perdió la razón por un instante y confió ciegamente en aquel joven. Le desató alegre por lo bien que había salido el ritual y comenzó a meditar una buena forma de disculparse con él por lo acontecido previamente... Quizá las esencias y fragancias de la magnífica Imlan habían introducido al fin un poco de sentido común en aquella sesera. En cuanto el joven se vio libre, sonrió agradecido a la sacerdotisa y se dispuso a seguirla.
- Está bien, salgamos de este lugar...
- ¡Ni pensarlo!
En un movimiento rápido, Berthal dio un golpe seco en la nuca de la sacerdotisa que la hizo caer de rodillas.
- ¡Y así es como se engaña a una bruja del demonio! -exclamó Berthal con su voz de siempre dando rienda suelta a su hilaridad. La sacerdotisa yacía inmóvil en el suelo y el joven no podía sentirse más ufano. ¡Y ahora me largo de este lugar infernal!
- ¡Que os lo habéis creído!
Kârmne se levantó con agilidad felina y rodeó al joven con sus brazos haciéndole un movimiento que casi le parte el brazo izquierdo.
- ¡Ay, no!
- ¡Ya sabía yo que no podíais cambiar! ¡Ni siquiera la poderosa magia de Imlan puede acendrar vuestros pecados!
- ¡Pero confiabais en mi! -chilló el joven como un crío.
- ¡Nunca! ¡Os he engañado! -mintió.
- ¡Basta!
Ambos dejaron de forcejear y se giraron a la vez. Am-näir, vestida a la manera griega, portaba una antorcha en una mano y un khopesh en la otra. Parecía una guerrera amazona.
- ¿Cómo habéis recuperado la voz? ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Kârmne asiendo con más fuerza a Berthal, que se retorcía como un cochinillo.
- ¿Pensáis que sois la única que domina la magia? Mi madre es una sacerdotisa menor y conoce algunas pócimas...
Kârmne se sentía desbordada. Am-näir la amenazaba con el sable y no sabía qué hacer.
La futura reina de Imlan miraba el hermoso paisaje onírico del oasis en medio de una batalla interior. Conocía ese lugar, su poder, pero no cuánto podía cambiar los corazones de aquellos que lo descubrían. Y se arrepentía de habérselo descubierto a Hahsuc, como si uno de sus más preciados secretos hubiera sido revelado a quien podría destruirlo todo... No quería que acabara con su reino, con su grandeza, con todo por lo que había luchado y debía seguir luchando. Se giró y miró a Ark-los, perdida. Los ojos castaños de su consorte le devolvieron una mirada que hizo que todas sus esperanzas se desvanecieran. Veía el reflejo de Hahsuc en ellos.
- ¿Estáis bien? La hija de faraones no debería cavilar tanto sus decisiones... Tal vez el peso de un reino sea demasiado para vos... -dijo Hahsuc.
¿Qué le estaba ocurriendo? Todo parecía como una pesadilla... Los antiguos dioses se alzaban y la juzgaban, los cielos se desmoronaban. Anubis, el chacal, la custodiaba hacia su necrópolis sin lujos donde no llegaría jamás a la otra vida. Bastet abandonaba su rol benévolo y se aliaba con Sacmis para que el sol le diera muerte. Maat rompía el equilibrio y la armonía del universo primigenio para dar valor a la deslealtad, la mentira y la injusticia. Cnum dejaba de crear y las vidas de dioses y mortales se apagaban. Kheper nunca le haría su visita eterna...
- ¡Akinom!
Despertó en brazos de Ark-los, desorientada. La pirámide reflejaba con la luz de la luna los grabados de su interior. Akinom miró a la joven que se le parecía, fijándose especialmente en su rama y su cetro. ¿Era realmente digna?
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Hahsuc? -cuestionó la futura reina de Imlan.
- Los Sin Nombre se lo han llevado dormido.
- ¿Qué hago aquí?
Ark-los la miró tiernamente.
- Vuestros poderes son grandes, mi señora. Pero los poderes del oasis de los perdidos pueden ser difíciles... de someter...
- ¿Qué quieres decir con eso?
El consejero hizo una pausa, meditando sus palabras.
- Os mirasteis fijamente y el cielo se desplomó ante vos.
Akinom le miraba silenciosa sin entender.
- ¿Se... desplomó?
- El poder se liberó... Y fue demasiado para ti. Para él. Para ambos...
- ¿Por qué hablas así de nosotros?
El joven suspiró, resignado.
- Me temo que no todos los enigmas están resueltos, amor mío... Aún nos queda un largo camino antes de que podamos llamar hogar a Imlan -dijo simplemente.
La pirámide relucía a pesar de la oscuridad con la antorcha que portaba Akinom y que recordaba a los antiguos dioses de Olimpia.
- Y ahora... Vais a liberar a mi futuro esposo.
- ¡Oh! ¿Yo? ¿Tu esposo? ¡Sois muy bella, mi señora! ¿Y decís que sois descendiente de sacerdotisas? -preguntó el joven con voz suspicaz y claramente pinta de no querer emparentar con estirpes de brujas.
- Callaos -Berthal pareció encantado con que le diera órdenes. Probaréis de vuestros propios conjuros, maldita sacerdotisa -dijo aproximándose a ella y obligándola a inhalar el extracto de una hierba que había quemado encima de la antorcha.
- Perdonadme, mi señora... -pensó Kârmne antes de desvanecerse.
Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños guapa!
- Vos... No oséis pronunciar ni una palabra más en presencia de vuestra reina. No sois digno del oasis, de su magia ni de mi corazón -terció.
Hahsuc la miró anonadado. ¿Por qué rehusaba su ardiente amor? ¿Prefería a ese consejero sin linaje antes que a su apolíneo prometido?
- Sois cruel, mi señora. Pero vuestra crueldad solo me hace anhelar más fervientemente vuestro amor.
Akinom bufó con desprecio y desesperación.
Kârmne inspiró profundamente para poder entrar en trance. Con suavidad y lentitud, sopló las velas que iluminaban tenuemente la pirámide hasta que solo quedaron vivas las que rodeaban la figura de Berthal. El joven no se movía y parecía sumido en un sueño inquieto provocado por las fragancias. Por un momento pensó que sería ilustrativo poder contemplar sus pensamientos, pero pronto rechazó esa idea. Fijo que eran de lo más turbio... Sueños de poder, delirios de grandeza y bellas mujeres. No quería esas imágenes en su propia mente. La sacerdotisa se aproximó al joven y removió los pétalos de las flores para que desprendieran sus esencias con más vigor...
- Kârmne... -musitó el joven en sus sueños. La sacerdotisa se acercó a su rostro y lo contempló. Hahsuc no... hermano...
La mujer le miró con curiosidad. ¿Sabía aquel cenutrio que Hahsuc no era su verdadero hermano? No podía creérselo... Abandonó el ritual y se le quedó mirando fijamente en busca de más palabras. El joven empezó a roncar y la sacerdotisa bufó indignada. Por un instante, sintió el aliento de Akinom y vio los ojos de cordero degollado de Hahsuc en un paisaje dorado. Pestañeó. Su señora estaba en serio peligro...
Los ojos de Am-näir estaban llenos de brillantes lágrimas y al resto de siervas se les rompía el corazón... La joven se había derrumbado y había comenzado a llorar silenciosamente. Ella, la incólume, la más valiente y ambiciosa, sollozaba sin consuelo. Una de las jóvenes se acercó y desató sus manos, a pesar de los susurros de las demás. No podía dejarla en tal deplorable estado... La vigilaban de cerca, no pasaría nada. Cuando se vio liberada de sus ataduras, la joven sonrió en agradecimiento e inmediatamente echó mano a su túnica, de la que sacó una pequeña botellita que estampó contra el suelo no sin antes cubrir su rostro, haciendo que todos a su alrededor cayeran sumidos en un profundo sueño...
¿Qué demonios ocurría? Por Ra que tenía que averiguarlo.
- Vuestras palabras son necias, tan solo anhelais poder, devastación. Imlan jamás será vuestro. Yo jamás seré vuestra.
Estaba realmente gloriosa y brillaba con luz propia. Ark-los no podía dejar de admirarla en las sombras. Aquella ya parecía más su Akinom, una auténtica reina del Nilo.
- Mi señora...
- No. No soy vuestra señora...
- ... Sois señora del Nilo, de la tierra. De todo lo existente. De mi corazón, aunque lo neguéis -interrumpió Hahsuc.
- Nunca, nunca...
- Siempre. He cometido errores en búsqueda del poder y la gloria. Pero existen otros caminos. Mostrádmelos.
¿Pero quién se creía para hablarle de ese modo? ¡El amor de su vida estaba justo detrás!
- No sois quién para recorrer según que caminos. Volved a vuestra tierra y tendré clemencia.
Una carcajada de Hahsuc la sorprendió del todo. ¿Se reía?
- No me hagáis reír... Un uraeus y vuestra semejanza física con Hathor no son suficientes para gobernar un reino.
Akinom no sabía qué decir. ¿Qué había cambiado de nuevo? El oasis de los perdidos parecía hacer perder la coherencia a aquel despreciable... No entendía aquellos cambios tan bruscos. La luna relucía con su enorme belleza en el firmamento. ¿Sería su influjo el que le hechizaba?
- Akinom...
La voz de Ark-los trajo de vuelta sus pensamientos. No podía permitir que Hahsuc estuviera ni un instante mas en aquel lugar sin purificar su espíritu.
La sacerdotisa había vuelto al ritual mientras Berthal roncaba como un poseído. Tras varios hechizos y ceremonias consagró la pirámide y todo lo que se hallaba en su interior. Berthal comenzó a gritar asustándola y trató de incorporarse tan de golpe que la sacerdotisa cayó hacia atrás.
- ¡Oh, que horrible pesadilla! ¿Dónde está mi hermana, la princesa Akinom?
Kârmne se quedó sin palabras. Aquel no parecía Berthal, el niño engreído hermano del aún más petulante Hahsuc. Parecía un joven comprometido con el reino, maduro, serio... ¿Tan fuerte había sido el ritual que había cambiado su personalidad?
- Debemos advertirle. Hahsuc hará todo lo que esté en su mano para arrebatarle el reinado y quizá... Quizá quiera asesinarla -dijo con seriedad. Kârmne no se lo podía creer. Sin ningún disimulo, comprobó las pociones que tenía en la pirámide. ¿Le había dado alguna por error? No era capaz de recordarlo...
- Sacerdotisa, soltadme y juntos protegeremos a Akinom, a mi hermana.
Kârmne perdió la razón por un instante y confió ciegamente en aquel joven. Le desató alegre por lo bien que había salido el ritual y comenzó a meditar una buena forma de disculparse con él por lo acontecido previamente... Quizá las esencias y fragancias de la magnífica Imlan habían introducido al fin un poco de sentido común en aquella sesera. En cuanto el joven se vio libre, sonrió agradecido a la sacerdotisa y se dispuso a seguirla.
- Está bien, salgamos de este lugar...
- ¡Ni pensarlo!
En un movimiento rápido, Berthal dio un golpe seco en la nuca de la sacerdotisa que la hizo caer de rodillas.
- ¡Y así es como se engaña a una bruja del demonio! -exclamó Berthal con su voz de siempre dando rienda suelta a su hilaridad. La sacerdotisa yacía inmóvil en el suelo y el joven no podía sentirse más ufano. ¡Y ahora me largo de este lugar infernal!
- ¡Que os lo habéis creído!
Kârmne se levantó con agilidad felina y rodeó al joven con sus brazos haciéndole un movimiento que casi le parte el brazo izquierdo.
- ¡Ay, no!
- ¡Ya sabía yo que no podíais cambiar! ¡Ni siquiera la poderosa magia de Imlan puede acendrar vuestros pecados!
- ¡Pero confiabais en mi! -chilló el joven como un crío.
- ¡Nunca! ¡Os he engañado! -mintió.
- ¡Basta!
Ambos dejaron de forcejear y se giraron a la vez. Am-näir, vestida a la manera griega, portaba una antorcha en una mano y un khopesh en la otra. Parecía una guerrera amazona.
- ¿Cómo habéis recuperado la voz? ¿Qué hacéis aquí? -preguntó Kârmne asiendo con más fuerza a Berthal, que se retorcía como un cochinillo.
- ¿Pensáis que sois la única que domina la magia? Mi madre es una sacerdotisa menor y conoce algunas pócimas...
Kârmne se sentía desbordada. Am-näir la amenazaba con el sable y no sabía qué hacer.
La futura reina de Imlan miraba el hermoso paisaje onírico del oasis en medio de una batalla interior. Conocía ese lugar, su poder, pero no cuánto podía cambiar los corazones de aquellos que lo descubrían. Y se arrepentía de habérselo descubierto a Hahsuc, como si uno de sus más preciados secretos hubiera sido revelado a quien podría destruirlo todo... No quería que acabara con su reino, con su grandeza, con todo por lo que había luchado y debía seguir luchando. Se giró y miró a Ark-los, perdida. Los ojos castaños de su consorte le devolvieron una mirada que hizo que todas sus esperanzas se desvanecieran. Veía el reflejo de Hahsuc en ellos.
- ¿Estáis bien? La hija de faraones no debería cavilar tanto sus decisiones... Tal vez el peso de un reino sea demasiado para vos... -dijo Hahsuc.
¿Qué le estaba ocurriendo? Todo parecía como una pesadilla... Los antiguos dioses se alzaban y la juzgaban, los cielos se desmoronaban. Anubis, el chacal, la custodiaba hacia su necrópolis sin lujos donde no llegaría jamás a la otra vida. Bastet abandonaba su rol benévolo y se aliaba con Sacmis para que el sol le diera muerte. Maat rompía el equilibrio y la armonía del universo primigenio para dar valor a la deslealtad, la mentira y la injusticia. Cnum dejaba de crear y las vidas de dioses y mortales se apagaban. Kheper nunca le haría su visita eterna...
- ¡Akinom!
Despertó en brazos de Ark-los, desorientada. La pirámide reflejaba con la luz de la luna los grabados de su interior. Akinom miró a la joven que se le parecía, fijándose especialmente en su rama y su cetro. ¿Era realmente digna?
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Hahsuc? -cuestionó la futura reina de Imlan.
- Los Sin Nombre se lo han llevado dormido.
- ¿Qué hago aquí?
Ark-los la miró tiernamente.
- Vuestros poderes son grandes, mi señora. Pero los poderes del oasis de los perdidos pueden ser difíciles... de someter...
- ¿Qué quieres decir con eso?
El consejero hizo una pausa, meditando sus palabras.
- Os mirasteis fijamente y el cielo se desplomó ante vos.
Akinom le miraba silenciosa sin entender.
- ¿Se... desplomó?
- El poder se liberó... Y fue demasiado para ti. Para él. Para ambos...
- ¿Por qué hablas así de nosotros?
El joven suspiró, resignado.
- Me temo que no todos los enigmas están resueltos, amor mío... Aún nos queda un largo camino antes de que podamos llamar hogar a Imlan -dijo simplemente.
La pirámide relucía a pesar de la oscuridad con la antorcha que portaba Akinom y que recordaba a los antiguos dioses de Olimpia.
- Y ahora... Vais a liberar a mi futuro esposo.
- ¡Oh! ¿Yo? ¿Tu esposo? ¡Sois muy bella, mi señora! ¿Y decís que sois descendiente de sacerdotisas? -preguntó el joven con voz suspicaz y claramente pinta de no querer emparentar con estirpes de brujas.
- Callaos -Berthal pareció encantado con que le diera órdenes. Probaréis de vuestros propios conjuros, maldita sacerdotisa -dijo aproximándose a ella y obligándola a inhalar el extracto de una hierba que había quemado encima de la antorcha.
- Perdonadme, mi señora... -pensó Kârmne antes de desvanecerse.