01 enero 2020

Malleus Maleficarum

 - ¡La diosa ha llegado!

Y allí se encontraba ella, al pie de la estatua, totalmente perdida. El altar de la efigie estaba cubierto de hermosísimas flores y un escalofrío recorrió su espalda. Era igual que en su sueño... Miró la inscripción. "Sêdnä, la bruja de Yör, poderes ocultos en su corazón". ¿Realmente podría cambiar el destino de la frágil y abandonada nebulosa? Acarició su amuleto del árbol de la vida.

- La diosa de Orión siempre ha sido venerada en nuestra aldea. Tenemos aquí a una digna descendiente de su estirpe, ¡la mismísima bruja de Yör! -dijo la señora con voz emocionada. Los habitantes del pueblo se arrodillaron ante ella y Ödyhn, cuya presencia parecía pasar desapercibida, sonrió. Lady Blue no sabía dónde meterse.
- Yo... yo solo soy...

Guardó silencio. No quería que el precioso pueblo de Ämsyar descargara su ira contra ella y desapareciera en el olvido... 

- Nuestra joven bruja ha invocado a los poderes oscuros.

Para su desconcierto, nadie pareció sorprendido. ¿Por qué?

- Ahora requiere que el velo que divide ambos mundos sea sellado -continuó mirando a Ödyhn, que volvió a sonrojarse de nácar- y para eso necesitará nuestra magia ancestral.
- ¡Nadie ha visto la cueva en siglos! ¡No es posible! -gritó alguien entre la multitud.
- ¡La diosa la encontrará! -chilló uno de los niños.
- ¡Sí, ella tiene poderes inalcanzables! -corroboró otro.

La joven no entendía nada y miró los vivos ojos de la señora en busca de sabias palabras.

- Existe una cueva en lo más profundo del bosque, cerca de un manantial... Contiene una magia de inexpresable poder que solo los dioses pueden dominar. Tu misión será encontrarla y someter ese poder a tu voluntad para poder cicatrizar el velo y liberar a los vivos de los muertos...

Lady Blue meditó bien sus palabras. Regresar al bosque le producía un miedo atroz y no entendía por qué. Tenía la horrible sensación de que algo espantoso la esperaba desde tiempos inmemoriales y su mente se oscurecía por momentos. Las caritas de ilusión de los niños y las esperanzas que aquella aldea depositaba en ella le hicieron tomar una decisión de la que estaba segura que se arrepentiría.

- Está bien. Saldré al bosque.


Y ahora se encontraba sola, en medio de la nada, rodeaba de árboles y riachuelos. Los bosques le producían una indescriptible sensación de paz y sosiego, pero aquel era diferente. Sus ropajes, que había cambiado por una liviana seda verde con adornos de muselina y una capa en tonos otoñales le otorgaban el bello aspecto de una dríada -como habían dicho los niños- y hacían que se camuflara en el verdor. Era una ninfa maldita de pelo negro y ojos verdes. Una bruja. 
No entendía su misión en el mundo, si solo sería portadora de negatividad cuando el pueblo se diese cuenta de que ya nada quedaba de Orión. ¿Lo sabrían sus eruditos en magia? ¿Querrían sellar el velo aunque jamás pudiesen conocer su pasado? 

Se detuvo. Oía a los pájaros cantar, el silbido de las cigarras y la música tenue de los grillos. ¿Dónde se hallaban las dríadas para guiarla? ¿O las ninfas de las aguas? ¿Acudirían los seres mitológicos a ella?

- Por favor... -suspiró. Su voz pareció alcanzar leguas y el eco le devolvió un sonido inequívoco. Una risa clara y diáfana. 

Siguió la voz, que la reconfortaba en la soledad de la floresta. Ödyhn no tenía permitido acompañarla, solo la diosa o su linaje podría encontrar la cueva. Y se sentía muy sola... Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla. 


Se había perdido. Nunca había sabido el camino, pero cuanto más avanzaba más sabía que no podría volver atrás. El bosque era tan extenso que no parecía tener fin y le daba la impresión de recorrerlo en círculos concéntricos cada vez más grandes. El bosque ocupaba todo el mundo, todo el universo, y se prolongaba hasta Orión, hasta los confines de lo desconocido. Hasta la propia nada. Porque era el todo. Y entonces la vio. Brillante, tras varias noches vagando en la oscuridad con la luz de las estrellas y la luna como única guía. La cueva al lado del manantial que fluía como un río de estrellas con su magia apoderándose de la atmósfera. No era consciente del frío que tenía ni del tiempo real que había pasado. Solo sabía que tras unas pocas noches, había encontrado el lugar. Suspiró aliviada y tocó el amuleto de plata que pendía de su cuello, enredándose con su cabellera azabache. 

Un instante. Se contempló en el reflejo del manantial y unos ojos hundidos en sus cuencas le devolvieron la mirada. La melena le llegaba casi hasta la cintura, cuando había partido apenas le sobrepasaba los pechos. ¿Cuánto tiempo había pasado? Se contempló nuevamente. Sus ropajes estaban gastados, pero seguían siendo hermosos. Su rostro estaba pálido, aunque no más de lo habitual y su belleza parecía haber aumentado hasta parecerse realmente a la hermosísima estatua de Ämsyar. El amuleto brillaba a la luz de la luna. Miró el cielo. Los astros, las estrellas, seguían en su lugar. El mundo no había caído en el olvido.

Miró la entrada de la cueva en la negrura de la noche. Unas luciérnagas revolotearon hasta ella prometiéndole su luz en el interior y al darse la vuelta vio la sonrisa de una hamadríada y el reflejo de una náyade en el agua. 

- Bienvenida.

Una hermosa Oréade, espíritu de la naturaleza, la invitó silenciosa a entrar en la cueva con una sonrisa. Sëdnâ, atraída por su belleza y confiada en poder sellar el velo, caminó hacia la oscuridad.



Oscuridad. Caminaba sin rumbo por la oscuridad. Las luciérnagas iluminaban suavemente los muros de piedra, donde de vez en cuando se veían inscripciones en lenguas que desconozco. No entendía por qué me rodeaba la oscuridad, pero no quiero quedarme quieta sin saber qué hacer en medio de la nada. Seguramente un río discurría por encima de la cueva, porque las gotas de agua se filtraban por los muros y pequeños chorros anegaban por momentos el suelo de tierra creando un pequeño lodazal. Me deslizaba por el terreno y temía mancharme el hermoso vestido que alguien me había obsequiado. 

De pronto, sin previo aviso, llegó al final de la cueva. Una enorme estancia iluminada por una antorcha mística que parecía arder imperecedera desde el principio de los tiempos mostraba un atril en el centro justo de la sala. Le dio mala espina. Muy mala espina. Miró alrededor. Los muros de la cueva se extendían hasta el mismísimo firmamento, y el propio firmamento se expandía hasta lo desconocido, tanto que la propia vista no alcanzaba. Vio Orión tan claro como un día de verano, con su colorida nebulosa sumergida en el silencio de la eternidad. Su origen, su fin, mi muerte. 

Caminé hacia el atril con sentimientos encontrados, con un mar de sensaciones horrorosas donde lo divino parecía haberla abandonado, donde todo se perdía y nada se encontraba. Con la mente confusa y el corazón infundado de valor. Un libro muy antiguo reposaba incólume al paso del tiempo en el atril de madera vieja astillado por la magia negra. Brillaba en la oscuridad y ni siquiera las luciérnagas osaban acercase a él. Sêdnä se aproximó con cautela al libro que estaba cubierto por una densa capa de polvo. Pasó la mano por encima y pudo leer su título.

Malleus Maleficarum


No lo conocía. Aquel epígrafe no le decía nada. El latín si lo comprendía, pero "El Martillo de las Brujas" era una obra que no recordaba haber leído nunca. No estaba en la extensa biblioteca de castillo, eso lo tenía claro. Lo tocó con prudencia para comprobar su antigüedad y vio que parecía escrito siglos atrás, pues sus páginas estaban amarillentas y parecían muy desgastadas, como si hubiera sido leído una y mil veces. No había nada más en aquella sala infernal en lo más profundo del subconsciente, por lo que tomé el libro del atril entre sus manos y giré la cubierta para mirar en su interior. 


Deseé no haberlo hecho nunca.

El tratado databa del Renacimiento, en la época de la persecución de las brujas y la histeria brujeril en Europa. Un exhaustivo libro sobre la caza de brujas, con un profundo impacto en los juicios de brujería según dedujo. Algunas de las prácticas que en él se describían si le sonaban, el miedo que rezumaba le era conocido. Demonólogos, inquisidores... Todos aquellos que temían a la oscuridad habían dejado su impronta en aquel ejemplar, que dado su lamentable estado seguramente era el original. Después de leer algunas de sus páginas llegó a unas frases que hicieron que soltara el volumen con un grito como si ardiera. El libro cayó al suelo y quedó abierto. Sêdnä se arrodilló y se sujetó la cabeza, que sentía que le iba a estallar de recuerdos de vidas anteriores y por todo el sufrimiento que había causado en mis peores sueños, como cuando las amables gentes de Ämsyar perecieron con la lluvia de Orión y la furiosa tormenta que desaté. 

Y no era una pesadilla.

Lo entendió todo de golpe. El volumen que reposaba en el suelo, intacto al impacto sufrido, le provocó una oleada de odio y terror por encima de lo humanamente soportable. Con las pocas fuerzas que me quedaban lo tomé entre mis manos y lo dejé en el atril, cerrado, con toda su maldad encerrada en su interior. Y comprendí que no habría magia, humana ni divina, que sellara el velo jamás. Me di la vuelta y acompañada por las luciérnagas, regresé al bosque.


Ämsyar, el pueblo que viene y va, nunca encuentra donde reposar. Fundada por caballeros Luminarios...

Lady Blue caminaba por el bosque con su larguísima melena ondeado con la suave brisa de la mañana. La luz del sol la reconfortaba, aunque su corazón no encontraba sosiego. Había visto el verdadero rostro de Ämsyar, el que el mismo pueblo desconocía, el que debían ignorar para no caer en la ignominia. ¿Dónde se encontraba el místico poder del que la señora le había hablado? No en la cueva. La cueva había sido imposible de encontrar por una buena razón desde hacía siglos y así debía seguir siendo. No podía mentirles, pero no quería que sus horribles verdades salieran a la luz...

- Por otra parte estoy perdida en este bosque... Quizá pudiera seguir así para siempre, convertirme en un espíritu de la naturaleza y dejar que el velo...

Ella no era así. No podía ignorar su error. Aunque Ämsyar estuviera bajo los efectos de una maldición que ellos mismos desconocían, no podía abandonarles. Tendría que encontrar el camino de regreso y buscar otra forma de sellar el velo...

Una risita hizo que se diera la vuelta. No vio nada. La luz del sol se filtraba entre las ramas de los árboles creando sombras que parecían seres mitológicos, pero no veía nada. La risita se escuchó más fuerte. Detrás de uno de los árboles, la Oréade que protegía la cueva se acercó silenciosamente a ella y le tendió una gema verde brillante. Sëdnâ desconocía el material, pero en cuanto la tocó supo que pertenecía a la cueva. Que era lo único puro que podía crear de la oscuridad. La Oréade sonrió y desapareció en la neblina. Lady Blue supo entonces que la cueva jamás volvería a aparecer y el secreto de Ämsyar estaría a salvo mientras ella fuera su custodia.


Dedicado a Sedna, ¡feliz cumpleaños bellezón!

2 comentarios:

Sedna dijo...

Como cada año la felicitación más especial y la que más espero. El día que me dejes sin ella me va a faltar algo porque ya forma parte de este día para mí. Un millón de gracias 💕 Sabes bien lo que me encantan estas historias todos los años y cada vez más😸

Whers dijo...

Es que la escritora cada vez tiene un año más de experiencia escribiendo y se nota! Jajaja, me alegro de que te guste! Un besito!