El amanecer teñía con su luz rosa y anaranjada el cielo del oasis de los perdidos. Akinom no podía dejar de sonreír por lo ocurrido la noche pasada y estaba deseando poder vislumbrar en el aguamanil cuáles serían los siguientes pasos de su "prometido" y los de su hermano... Y por supuesto, poder compartir la alegría de Kârmne cuando les torturara con sus encantamientos y pócimas secretas. Sin embargo, una sombra oscura cruzó su mirada. Sabía que tenía otros enemigos en Imlan que no descansarían hasta destronarla, pero no permitiría que aquello pasara.
- Buenos días -saludó Ark-los tomándola por la cintura de espaldas y depositando un tierno beso en su hombro -llevo buscándote un buen rato -dijo cariñosamente.
- Lo siento, sabes que adoro los amaneceres, y en este oasis son realmente espectaculares.
Ark-los contempló con sus ojos castaños a los nómadas que recogían agua y dátiles y seguían pareciendo ajenos a su presencia.
- ¿Realmente se encuentran aquí? -preguntó a su reina. Ella solo volvió a sonreír enigmáticamente.
La sacerdotisa confiaba en que su señora no consultara el aguamanil durante la noche porque aquello se le había ido de las manos. Había logrado detener a Hahsuc para que no partiera en su búsqueda inmediatamente al caer la tarde y había habido una fuerte discusión entre sus criados y los sirvientes de Akinom, pues todos querían ir a buscarla. Como no podía contar su plan a nadie hizo de mediadora y antes de que se diera cuenta, y como esperaba, Hahsuc desapareció. En ese sentido, todo bien. Sin embargo, aunque logró convencer a los criados de que no le siguieran porque era un experto guerrero y el amor verdadero le guiaría -ni siquiera ella misma creía que hubiera podido pronunciar esas palabras sin poner ninguna mueca extraña-, Berthal se puso fuera de control. Tomó el palacio y declaró a Am-näir su bella consorte -según sus propias palabras. Como no encontraba a Horus, hizo encerrar a los sirvientes de la reina por sus propios criados, que a estas alturas le tenían miedo y temían su locura, al igual que los criados de Akinom, que se dejaron encerrar ante los atónicos ojos de la sacerdotisa, que optó por permanecer a la espera tratando de ingeniar alguna manera de acabar con aquella locura. Por otra parte de alguna forma, inexplicablemente, aquel viejo criado que Akinom no tenía en gracia había logrado convencerle de que era su hijo hechizado por... Si, la sacerdotisa.
- ¿Cómo una sacerdotisa va a poder hechizar a un dios y cómo va a ser Horus este hombre, que ni es faraón ni es nada? -había dicho. Mal escogidas fueron sus palabras. Berthal se puso a chillarle como un demente que dejara a su hijo en paz y Kârmne le amenazó con invocar a Seth, dios del desierto y los pueblos extranjeros para que hiciera daño a su hermano. Después siguió una discusión absurda sobre que Seth era su hermano, que no sabía nada de ese mortal que ella llamaba Hahsuc y que Neftis le traería una terrible maldición.
- ¡No oséis levantarme la voz, sacerdotisa maldita! ¡Por el poder de mi hermana Neftis la maldición de la oscuridad y las tinieblas caerá sobre vos! ¡Id a buscarla!
El criado bobo fue a buscar a alguna joven que pudiera hacerse pasar por Neftis mientras reía malignamente. Por fin podía tomar el palacio junto a aquellos extranjeros y vivir una vida llena de lujos, como siempre había deseado.
- Deberíamos encerrar a la sacerdotisa también, mi querido esposo y hermano. Solo nos traerá problemas -dijo Am-näir, muy contenta en su nuevo papel.
- ¡Sabía que eras una traidora a tu señora! ¡Nunca debió confiar en ti! -gritó Kârmne.
- No sé de qué habláis, sacerdotisa. Yo soy Isis, la Gran Maga, la Gran diosa madre, la Reina de los dioses...
- ... fuerza fecundadora de la naturaleza, y diosa de la maternidad y el nacimiento, ¡a mí vais a hablarme de nuestros dioses! ¡No seáis blasfema, Am-näir! O seréis vos quien reciba un castigo divino... -siseó la sacerdotisa.
- ¿Cómo osáis..?
Se acabó. Kârmne lo volvió a hacer. Le dio un puñetazo a Berthal tan fuerte que le rompió la nariz mientras el joven chillaba y lloraba como un crío.
- ¡Habéis golpeado a un dios! ¡Moriréis por esto! -sollozó enfurecido.
La sacerdotisa aprovechó la confusión para escabullirse a su cámara, donde guardaba otras pociones que le vendrían bien en aquel momento. Am-näir salió corriendo tras ella en cuanto notó su ausencia -ya que estaba consolando a "su esposo" y la sacerdotisa la enfrentó cuando se encontraron.
- ¿Quieres recibir un puñetazo tu también? -le preguntó Kârme con los puños listos.
- ¡Sois una salvaje! ¡Solo quiero ser reina o irme de esta corte de locos!
- Corred, el desierto os espera.
La criada miró el vasto y oscuro desierto de arena que se extendía hasta el horizonte iluminado por la luz de la luna y dio un paso atrás. No podía volver a su pueblo, donde sería esclavizada u obligada a casarse con algún viejo sin poder. Y temía perderse en aquella inmensidad...
- Lo que suponía. ¡Vamos!
Kârmne le inmovilizó los brazos y se la llevó a rastras hasta donde estaban encerrados los sirvientes de Akinom tras obligarla a beber una poción para silenciar su voz. Sabía que aquella criada podía escribir, por lo que advirtió al resto que no hicieran caso de nada que les dijera pues habían comprobado con sus propios ojos que era una traidora a la reina. Las criadas de confianza prometieron guardarla y Kârmne les sonrió. Eran buenas jóvenes y no se dejarían engañar. Después fue hasta sus aposentos y cogió dos pociones para ir al encuentro de Berthal.
No estaba. El joven no se encontraba ya en el pasillo que lo había abandonado y había apagado parte de las antorchas para que la oscuridad reinara en la estancia. No le importó y supuso que lo había hecho con ayuda de su "querido Horus". Sin embargo, había dejado un pequeño rastro de gotas de sangre que parecían conducir a los jardines o la sala del trono.
- Esto no puede ser... mi señora va a matarme. Tengo que encerrar a ese par de lunáticos y deshacerme de ellos lo antes posible. ¿Cómo puede estar este sitio tan lleno de traidores? Las intrigas no deberían prosperar en la corte de mi reina bajo mi...
- ¡For the back dooor! -oyó susurrar a una voz ahogada en la lejanía. ¡Ajá! Una de las pocas frases que solía pronunciar aquel individuo. Kârmne se acercó sigilosamente al lugar donde había oído la voz y vio al criado y a Berthal, que tenía un gran trapo cubriéndole la nariz, tratando de penetrar en uno de los baños privados de su señora. ¡Sería degenerado!
- ¡Deteneos! -gritó.
El sirviente trató de huir pero Kârmne lanzó las dos pociones que portaba en su túnica al suelo cerca de ellos. Los cristales estallaron en mil pedazos y el líquido que se derramó soltó un vapor que ambos respiraron para caer dormidos casi al instante. Kârmne se había cubierto con su túnica, y cuando vio que el vaho se había despejado, tomó por los brazos al hombre y le arrastró hacia el baño.
- ¡Pesa una tonelada! -farfulló.
Miró alrededor pero no vio ninguna bañera en la que poder dejarle boca abajo para que se ahogara, y rió ante su propio pensamiento macabro. Solo era una mala persona, pero no merecía la muerte... al menos aún. Y ella no era una asesina. Le tapó la boca con un trapo sucio que encontró y le maniató con otro para después dejarlo encerrado. Si tanto le gustaban los baños, iba a disfrutar un montón. Luego tomó en brazos a Berthal y se dirigió a la pirámide que habían erigido en nombre de Akinom.
Akinom y Ark-los regresaron a la pirámide tras desayunar unos dátiles con almendras. Los amables nómadas no les veían y dieron un paseo descubriendo las maravillas de aquel lugar tan único.
- Tiene algo especial que no soy capaz de describir... jamás había visto nada igual en mis viajes -admiró el joven consejero.
- Es un lugar mágico, ya te lo he dicho. Entiende el desierto y la magia, existe y a la vez permanece oculto...
- Estás tan hermosa cuando te pones misteriosa...
- Jajaja, gracias. Eres muy galante. Deberíamos regresar, quiero saber cómo va todo en Imlan y si Hahsuc ya ha partido en mi búsqueda.
Cuando volvieron a la pirámide y consultaron el aguamanil se quedaron muy satisfechos, especialmente la futura reina. En cuanto su mano tocó el agua vio a su prometido en el desierto, caminando por la arena con una brújula sin rumbo en busca de alguna pista que pudiera revelarle el paradero de su amada.
- Maldito desierto... Si no deseara tanto quedarme con el reino no me esforzaría tanto por ninguna mujer, por deseable que sea.
Los jóvenes enamorados se miraron mutuamente, Ark-los con expresión de disgusto y Akinom alzando una ceja.
- Hahsuc se ha perdido en el desierto, pero viaja solo... es una buena señal -dijo. Encontrará este oasis porque así está destinado...
- ¿De verdad? No parece digno de tal belleza... -contestó el joven mirándola y sonriendo.
- Oh, ya verás... Pronto aprenderá que ha escogido a un enemigo peligroso...
- ¿Tú? No me cabe la menor duda, mi reina -respondió Ark-los besándole la mano. ¿Y qué mas nos muestra el aguamanil?
Akinom pasó la mano por el agua y vio a todos sus criados encerrados y a los sirvientes de Hahsuc y Berthal moviéndose con libertad por el palacio buscando a su amo.
- ¿Pero qué...?
La joven removió el agua y vio a Kârmne, que había dejado a un Berthal dormido y con la nariz ensangrentada encima de un altar en su pirámide. La sacerdotisa le curaba la herida con poca delicadeza y Akinom se dio cuenta de que probablemente el joven estaba desmayado por alguna de sus pócimas.
- Vale, no entiendo muy bien qué ha podido ocurrir pero al menos Berthal está en la pirámide...
- ¿Y ese atuendo tan raro? Parece Osiris...
- Si, Kârmne tiene unas ideas muy originales. Veamos...
La señora de Imlan continuó observando detalles y su sonrisa se hacía cada vez más amplia.
- No todo va según lo previsto, pues mis criados deberían tener el poder sobre Imlan, pero confío en Kârmne -dijo con voz segura. Además ha quitado de en medio a Am-näir, una de mis principales enemigas...
Ark-los sonrió disimuladamente y Akinom le dio un pequeño golpe cariñoso.
- Lo mejor está por llegar... cuando Hahsuc alcance este oasis...
La sacerdotisa confiaba en que su señora no consultara el aguamanil durante la noche porque aquello se le había ido de las manos. Había logrado detener a Hahsuc para que no partiera en su búsqueda inmediatamente al caer la tarde y había habido una fuerte discusión entre sus criados y los sirvientes de Akinom, pues todos querían ir a buscarla. Como no podía contar su plan a nadie hizo de mediadora y antes de que se diera cuenta, y como esperaba, Hahsuc desapareció. En ese sentido, todo bien. Sin embargo, aunque logró convencer a los criados de que no le siguieran porque era un experto guerrero y el amor verdadero le guiaría -ni siquiera ella misma creía que hubiera podido pronunciar esas palabras sin poner ninguna mueca extraña-, Berthal se puso fuera de control. Tomó el palacio y declaró a Am-näir su bella consorte -según sus propias palabras. Como no encontraba a Horus, hizo encerrar a los sirvientes de la reina por sus propios criados, que a estas alturas le tenían miedo y temían su locura, al igual que los criados de Akinom, que se dejaron encerrar ante los atónicos ojos de la sacerdotisa, que optó por permanecer a la espera tratando de ingeniar alguna manera de acabar con aquella locura. Por otra parte de alguna forma, inexplicablemente, aquel viejo criado que Akinom no tenía en gracia había logrado convencerle de que era su hijo hechizado por... Si, la sacerdotisa.
- ¿Cómo una sacerdotisa va a poder hechizar a un dios y cómo va a ser Horus este hombre, que ni es faraón ni es nada? -había dicho. Mal escogidas fueron sus palabras. Berthal se puso a chillarle como un demente que dejara a su hijo en paz y Kârmne le amenazó con invocar a Seth, dios del desierto y los pueblos extranjeros para que hiciera daño a su hermano. Después siguió una discusión absurda sobre que Seth era su hermano, que no sabía nada de ese mortal que ella llamaba Hahsuc y que Neftis le traería una terrible maldición.
- ¡No oséis levantarme la voz, sacerdotisa maldita! ¡Por el poder de mi hermana Neftis la maldición de la oscuridad y las tinieblas caerá sobre vos! ¡Id a buscarla!
El criado bobo fue a buscar a alguna joven que pudiera hacerse pasar por Neftis mientras reía malignamente. Por fin podía tomar el palacio junto a aquellos extranjeros y vivir una vida llena de lujos, como siempre había deseado.
- Deberíamos encerrar a la sacerdotisa también, mi querido esposo y hermano. Solo nos traerá problemas -dijo Am-näir, muy contenta en su nuevo papel.
- ¡Sabía que eras una traidora a tu señora! ¡Nunca debió confiar en ti! -gritó Kârmne.
- No sé de qué habláis, sacerdotisa. Yo soy Isis, la Gran Maga, la Gran diosa madre, la Reina de los dioses...
- ... fuerza fecundadora de la naturaleza, y diosa de la maternidad y el nacimiento, ¡a mí vais a hablarme de nuestros dioses! ¡No seáis blasfema, Am-näir! O seréis vos quien reciba un castigo divino... -siseó la sacerdotisa.
- ¿Cómo osáis..?
Se acabó. Kârmne lo volvió a hacer. Le dio un puñetazo a Berthal tan fuerte que le rompió la nariz mientras el joven chillaba y lloraba como un crío.
- ¡Habéis golpeado a un dios! ¡Moriréis por esto! -sollozó enfurecido.
La sacerdotisa aprovechó la confusión para escabullirse a su cámara, donde guardaba otras pociones que le vendrían bien en aquel momento. Am-näir salió corriendo tras ella en cuanto notó su ausencia -ya que estaba consolando a "su esposo" y la sacerdotisa la enfrentó cuando se encontraron.
- ¿Quieres recibir un puñetazo tu también? -le preguntó Kârme con los puños listos.
- ¡Sois una salvaje! ¡Solo quiero ser reina o irme de esta corte de locos!
- Corred, el desierto os espera.
La criada miró el vasto y oscuro desierto de arena que se extendía hasta el horizonte iluminado por la luz de la luna y dio un paso atrás. No podía volver a su pueblo, donde sería esclavizada u obligada a casarse con algún viejo sin poder. Y temía perderse en aquella inmensidad...
- Lo que suponía. ¡Vamos!
Kârmne le inmovilizó los brazos y se la llevó a rastras hasta donde estaban encerrados los sirvientes de Akinom tras obligarla a beber una poción para silenciar su voz. Sabía que aquella criada podía escribir, por lo que advirtió al resto que no hicieran caso de nada que les dijera pues habían comprobado con sus propios ojos que era una traidora a la reina. Las criadas de confianza prometieron guardarla y Kârmne les sonrió. Eran buenas jóvenes y no se dejarían engañar. Después fue hasta sus aposentos y cogió dos pociones para ir al encuentro de Berthal.
No estaba. El joven no se encontraba ya en el pasillo que lo había abandonado y había apagado parte de las antorchas para que la oscuridad reinara en la estancia. No le importó y supuso que lo había hecho con ayuda de su "querido Horus". Sin embargo, había dejado un pequeño rastro de gotas de sangre que parecían conducir a los jardines o la sala del trono.
- Esto no puede ser... mi señora va a matarme. Tengo que encerrar a ese par de lunáticos y deshacerme de ellos lo antes posible. ¿Cómo puede estar este sitio tan lleno de traidores? Las intrigas no deberían prosperar en la corte de mi reina bajo mi...
- ¡For the back dooor! -oyó susurrar a una voz ahogada en la lejanía. ¡Ajá! Una de las pocas frases que solía pronunciar aquel individuo. Kârmne se acercó sigilosamente al lugar donde había oído la voz y vio al criado y a Berthal, que tenía un gran trapo cubriéndole la nariz, tratando de penetrar en uno de los baños privados de su señora. ¡Sería degenerado!
- ¡Deteneos! -gritó.
El sirviente trató de huir pero Kârmne lanzó las dos pociones que portaba en su túnica al suelo cerca de ellos. Los cristales estallaron en mil pedazos y el líquido que se derramó soltó un vapor que ambos respiraron para caer dormidos casi al instante. Kârmne se había cubierto con su túnica, y cuando vio que el vaho se había despejado, tomó por los brazos al hombre y le arrastró hacia el baño.
- ¡Pesa una tonelada! -farfulló.
Miró alrededor pero no vio ninguna bañera en la que poder dejarle boca abajo para que se ahogara, y rió ante su propio pensamiento macabro. Solo era una mala persona, pero no merecía la muerte... al menos aún. Y ella no era una asesina. Le tapó la boca con un trapo sucio que encontró y le maniató con otro para después dejarlo encerrado. Si tanto le gustaban los baños, iba a disfrutar un montón. Luego tomó en brazos a Berthal y se dirigió a la pirámide que habían erigido en nombre de Akinom.
Akinom y Ark-los regresaron a la pirámide tras desayunar unos dátiles con almendras. Los amables nómadas no les veían y dieron un paseo descubriendo las maravillas de aquel lugar tan único.
- Tiene algo especial que no soy capaz de describir... jamás había visto nada igual en mis viajes -admiró el joven consejero.
- Es un lugar mágico, ya te lo he dicho. Entiende el desierto y la magia, existe y a la vez permanece oculto...
- Estás tan hermosa cuando te pones misteriosa...
- Jajaja, gracias. Eres muy galante. Deberíamos regresar, quiero saber cómo va todo en Imlan y si Hahsuc ya ha partido en mi búsqueda.
Cuando volvieron a la pirámide y consultaron el aguamanil se quedaron muy satisfechos, especialmente la futura reina. En cuanto su mano tocó el agua vio a su prometido en el desierto, caminando por la arena con una brújula sin rumbo en busca de alguna pista que pudiera revelarle el paradero de su amada.
- Maldito desierto... Si no deseara tanto quedarme con el reino no me esforzaría tanto por ninguna mujer, por deseable que sea.
Los jóvenes enamorados se miraron mutuamente, Ark-los con expresión de disgusto y Akinom alzando una ceja.
- Hahsuc se ha perdido en el desierto, pero viaja solo... es una buena señal -dijo. Encontrará este oasis porque así está destinado...
- ¿De verdad? No parece digno de tal belleza... -contestó el joven mirándola y sonriendo.
- Oh, ya verás... Pronto aprenderá que ha escogido a un enemigo peligroso...
- ¿Tú? No me cabe la menor duda, mi reina -respondió Ark-los besándole la mano. ¿Y qué mas nos muestra el aguamanil?
Akinom pasó la mano por el agua y vio a todos sus criados encerrados y a los sirvientes de Hahsuc y Berthal moviéndose con libertad por el palacio buscando a su amo.
- ¿Pero qué...?
La joven removió el agua y vio a Kârmne, que había dejado a un Berthal dormido y con la nariz ensangrentada encima de un altar en su pirámide. La sacerdotisa le curaba la herida con poca delicadeza y Akinom se dio cuenta de que probablemente el joven estaba desmayado por alguna de sus pócimas.
- Vale, no entiendo muy bien qué ha podido ocurrir pero al menos Berthal está en la pirámide...
- ¿Y ese atuendo tan raro? Parece Osiris...
- Si, Kârmne tiene unas ideas muy originales. Veamos...
La señora de Imlan continuó observando detalles y su sonrisa se hacía cada vez más amplia.
- No todo va según lo previsto, pues mis criados deberían tener el poder sobre Imlan, pero confío en Kârmne -dijo con voz segura. Además ha quitado de en medio a Am-näir, una de mis principales enemigas...
Ark-los sonrió disimuladamente y Akinom le dio un pequeño golpe cariñoso.
- Lo mejor está por llegar... cuando Hahsuc alcance este oasis...
Dedicado a Mónica, ¡feliz cumpleaños, rúnica!