05 diciembre 2018

Anemoi

Aquella noche el Érebo le pareció más sombrío que nunca... Las densas nieblas de oscuridad rodeaban los bordes del mundo y su propia mente, que recorría caótica un sinfín de pensamientos... ¿Había hecho bien confiando sus sueños a Tánatos? Pensó en su madre, Nix, arrastrando las oscuras nieblas de Érebo por los cielos llevando la noche al mundo, y deseó tener a su lado a Hemera para que trayera consigo el día... Nix ocluía la luz del Éter, ese aire superior brillante y luminoso, y Hemera despejaba la oscuridad permitiendo que el Éter volviese a iluminar la tierra... 

- El Éter... -murmuró Ëdpôr para sí.
- Tanta sabiduría en las antiguas cosmogonías... -susurró Tánatos.

El Oniro meditó por un instante. Tánatos sonrió. La oscuridad les envolvió y Ëdpôr caminó sumido en sus pensamientos... 


Las dos puertas brillaban imponentes en el Érebo. Cuerno y marfil, autenticidad y falacia. Atravesarlas era su sueño desde el inicio de su cometido, porque la curiosidad de su mente iba mucho más allá que la de sus hermanos... 

- Tienes sentimientos contradictorios y quieres cumplir tantos deseos ilícitos... ¿No es cierto, sobrino? 

Ëdpôr no supo responder. En realidad tenía las palabras, pero verbalizarlas le parecía una blasfemia, algo en contra de su naturaleza. Tenía que ser quien estaba destinado a ser, pero era tan diferente... 

- Quiero conocer a Éter.

Tánatos esbozó una sonrisa siniestra.

- Tu y yo no somos tan diferentes... -un escalofrío recorrió la espina dorsal de Ëdpôr- ¿Tiene personificación siquiera? ¿Alguien le conoce?
- Nix, y... 
- ¿..Y? - dijo Tánatos como si nuevamente leyera sus pensamientos.
- Los Dioses del viento.

Los Anemoi eran seres que regían los cuatro puntos cardinales y conocían el Éter. Su libertad hacía que no tuvieran ninguna atadura ni cadena a ningún Dios o mortal, salvo a Eolo, su rey. Si bien los demás dioses podían influirles... 

- ¿Y quizá te sea preciso un dios que los logre persuadir para que te digan cuanto quieres saber? -preguntó Tánatos con su tenebrosa voz.
- No... Creo que nuestra presencia será bienvenida y... Nos dirán cuanto deseemos. Si somos cautos.
- Adelante pues, sobrino.

Nunca supo dilucidar por qué le producía semejante pavor estar emparentado con aquel ser de oscuridad... Tal vez representaba todo lo que temía de si mismo... 


Eolia era un hermoso archipiélago cuya belleza parecía relucir aún más con la luna menguante nocturna. Ëdpôr se sentía ligeramente culpable de no estar cumpliendo con los sueños lúcidos de aquella noche, pero él también tenía sus propios sueños e inquietudes. La isla mítica les dio la bienvenida en silencio cuando desembarcaron en sus costas.

- ¿Vas a invocar a los vientos? ¿No temes la ira de Eolo? -cuestionó Tánatos de repente con su sonrisa inquietante.

¿A qué venía eso? ¿Pretendía hacerle dudar?

- Si, invocaré al viento y confío en vos para que me ayudéis con Eolo...
- Oh, sobrino, ¡No hace falta ser tan ceremonioso! La solemnidad solo es necesaria para los que no son nuestros allegados... -respondió Tánatos. La visión de su tea invertida iluminando la oscuridad nocturna volvió a provocarle un inexplicable terror.
- Bien... ¡Bóreas, viento del norte, yo os invoco!

Un frio invernal se apoderó del paisaje. Un anciano alado con barba y cabellos desgreñados hizo su aparición portando una caracola y vistiendo una túnica de nubes.

- ¿Quién osa perturbar mi llegada a las tierras más norteñas? -preguntó con voz profunda. 

El Oniro meditó un instante antes de responder, pues conocía el temperamento violento de aquel viento y su fortaleza.

- Venerado Bóreas, querría que compartierais conmigo vuestra sabiduría y me ilustraseis acerca de Éter... 
- No te andas con rodeos, ¿Verdad hijo? Te acompaña una presencia muy oscura, demasiado para este anciano... 

Ëdpôr miró a su alrededor. No veía a  Tánatos, pero su densa oscuridad, como Bóreas había notado, se dejaba sentir en el ambiente.

- ¿Podéis decirme algo sobre Éter, venerable viento?

El anciano sonrió crípticamente. 

- Es un elemento más puro y más brillante que el aire, y a la vez la región que ocupa por encima del cielo. No puedo deciros más.

El Oniro se quedó bastante decepcionado pero trató de ocultarlo.

- De acuerdo. Gracias por vuestra ayuda y honrarme con vuestra presencia. 
- Me voy pues a las glaciales tierras al norte -dijo el anciano desapareciendo en una gélida brisa.

El joven esperó unos instantes y suspiró.

- ¡Noto, viento del sur, yo os invoco!

Una pequeña tormenta que recordaba a las de finales de verano y otoño hizo acto de presencia, 

- ¿Quién osa perturbar mi presencia en la salida de Sirio tras el solsticio de verano?

¿Vivían aquellos vientos en estaciones diferentes que no se correspondían a las del mundo real? 

- Venerado Noto, querría que compartierais conmigo vuestra sabiduría y me ilustraseis acerca de Éter... -dijo Ëdpôr pensando que utilizar la misma fórmula con todos los vientos sería lo más apropiado. 
- Éter es el elemento más puro y brillante, por encima del aire. Es el aire superior -dijo para después guardar silencio. El Oniro supo que no le diría nada más.
- De acuerdo. Gracias por vuestra ayuda y honrarme con vuestra presencia.
- Cuidaos del aura oscura que os rodea, Oniro… -dijo el viento antes de desaparecer entre una densa nube de niebla. Ëdpôr volvió a suspirar.
- ¡Céfiro, viento del oeste, yo os invoco!

Al punto apareció el viento más apacible de todos, el fructificador, mensajero de la primavera.

- ¿Quién acude a mi mientras llevo al mundo las suaves brisas de primavera y principios de verano? -preguntó con voz suave.
- Venerado Céfiro, querría que compartierais conmigo vuestra sabiduría y me ilustraseis acerca de Éter...

El hombre joven con alas de mariposa o hada, imberbe y semidesnudo a excepción de un manto sostenido entre sus manos, en el cual llevaba y esparcía montones de flores incluso en aquel momento, le resultaba tremendamente atractivo. Con razón Cloris le había escogido antes que a su hermano Bóreas...

- Éter es la región por encima del aire y bajo el firmamento. Es donde habitan los dioses, de él surgen nubes por voluntad de Zeus. El sol está allí, es consorte de Gea y padre de las ninfas de las nubes, las néfeles. Es el elemento divino que domina todo.

Bueno, al menos este viento hablaba más que el resto y parecía más amable.

- ¿Deseáis saber algo más? La primavera espera mis flores...
- ¿Puedo invocaros en otro momento si me sois necesario?

Ese cautivador viento hacía florecer su lado más seductor, nunca mejor dicho.

- Por supuesto, Oniro. Cuando queráis -se despidió entre ráfagas de flores -pero alejaos de esa inmensa oscuridad que os anega -suplicó- la luz brillante siempre es más sutil que las caricias de la noche...

No entendió eso último, pero al menos sabía que podía volver a invocarlo en algún otro instante. Perfecto, la soledad del Érebo en ocasiones le resultaba demasiado hastiante y aquel ser de luz podría iluminar sus noches más tenebrosas... Suspiró.

- ¡Euro, viento del este, yo os invoco!

Un funesto viento de calor y lluvia con una vasija invertida derramando agua emergió ante él. ¿Por qué adoraban tanto llevar elementos invertidos consigo? Le daban muy mala espina...

- Venerado Euro, querría que compartierais conmigo vuestra sabiduría y me ilustraseis acerca de Éter... -dijo, aunque realmente no creía que pudiera decirle más de lo que ya sabía.
- Éter es hermano de Érebo, región que conocéis. Vos deberíais saber más que yo de esos lares.
- Cierto... Gracias por honrarme con vuestra presencia e ilustrarme con vuestra erudición.
- Adiós pues, Oniro, y no os dejéis conquistar por esa profunda oscuridad... -advirtió mientras desaparecía. 

Ëdpôr se quedó solo. Aquello no era como había esperado. Los vientos apenas le habían ilustrado sobre Éter y todos coincidían en que juntarse con Tánatos no era una buena idea... ¿Debía invocar a los vientos menores?

- ¿Acudiréis ahora a los Anemoi Thuellai, sobrino? ¿A los demonios malvados y violentos creados por Tifón, Cecias, Apeliotes, Coro y Libis?

Como si su sola mención bastase, un orfeón de vientos diferentes emergió de la nada. Un hombre alado, viejo y barbudo vestido de túnica sosteniendo entre sus manos una cesta que parecía un escudo de granizo; un joven alado, imberbe, con túnica y calzando coturnos y un manto repleto de frutas y granos; otro anciano alado y barbudo, de cabellos desordenados, con túnica y una vasija de bronce de la cual esparcía ardientes cenizas; y un hombre muy joven, sin barba, con túnica y sosteniendo un timón de una nave.

- ¿Tenéis preparados unos corderos negros? -musitó Tánatos con voz siniestra. A Ëdpôr no le hacía ninguna gracia, el conjunto de sus presencias oscuras le nublaba el juicio.
- ¿Acudís a los vientos menores en busca de sabiduría? Viajamos por todo el mundo y conocemos sus fronteras y secretos más profundos... -tomó la palabra Cecias.
- Yo... quería conocer a Éter... -titubeó el Oniro, que de pronto se sentía inseguro.
- Nunca llegaréis a él -aseguró Libis.
- No sois digno -dijo Coro.
- No os recibiría -afirmó Apeliotes.
- No podéis siquiera hablar en serio -adujo Cecias.
- Hermanos... Todo está dicho. Podéis retiraros -invitó Tánatos. Los vientos no dijeron nada y se fueron, contentos de poder huir de su manto de oscuridad. ¿Y bien, sobrino? ¿Aún crees que tus sueños pueden cumplirse?
- Si no puedo conocer a Éter... Tal vez pueda persuadir a Gea, su prometida, y a las néfeles… Incluso a Helios o Apolo...
- ¿Los Dioses Olímpicos? ¿Tal lejos estás dispuesto a llegar por una fantasía?

Ëdpôr miró largamente a Tánatos, la pulsión de la muerte, y sintió deseos de abandonar la lucha de la vida y volver a la quiescencia y a la tumba... Todo por su maldita antorcha invertida. ¿No podía portar la corona o la mariposa en aquella ocasión? ¿Podía querer hacer morir incluso a los inmortales eternos? ¿A él, una de las mil personificaciones de los sueños?

- Quiero saber cómo surgen los sueños y si se puede ver más allá de las puertas... Y lo averiguaré solo si es preciso, aunque me pierda por el camino...

Tánatos volvió a sonreír.


Dedicado a Pedro Soares, ¡feliz cumpleaños bollu!

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