Varios años habían pasado y Orav seguía con su adiestramiento. Thÿowin se había convertido en su maestro, en su mentor, y lo más importante, en su amigo. A él le confiaba todas sus tribulaciones, las peleas con su madre, que seguía tratándole como a un niño a pesar de que hacía ya mucho que la superaba en estatura, y sus disyuntivas. Hacía tiempo que había acabado la escuela, pero Thÿowin insistía en que siguiera estudiando las artes liberales mientras se entrenaba. No quería un guerrero cabeza hueca, aunque Orav tampoco veía esencial ser un erudito... Si alguna vez se lo había comentado, se había ganado una buena colleja con algún tomo sobre ciencia, astronomía o incluso una vez, retórica.
- ¿Cuándo alcanzaré, "la madurez física y mental adecuada" para convertirme en lobo? -preguntó un día invernal inusualmente frío.
Thÿowin le miró largamente y suspiró.
- En fin, supongo que vas camino de hacerte un hombre... -Orav hinchó el pecho ufano. También había superado a su maestro en estatura, si bien todavía no era tan fuerte y ágil como él- pero en el fondo sigues siendo un crío...
- ¿Cuándo alcanzaré, "la madurez física y mental adecuada" para convertirme en lobo? -preguntó un día invernal inusualmente frío.
Thÿowin le miró largamente y suspiró.
- En fin, supongo que vas camino de hacerte un hombre... -Orav hinchó el pecho ufano. También había superado a su maestro en estatura, si bien todavía no era tan fuerte y ágil como él- pero en el fondo sigues siendo un crío...
- ¡Que no! ¡Estoy a punto de alcanzar la mayoría de edad! -protestó el joven.
- ¿Lo ves? Esas rabietas no son dignas de tu edad...
- Es que... tengo mucho carácter, ya me conoces... -se disculpó Orav.
- Pronto, la paciencia es un arte y los caballeros han de conducirse con elegancia...Y como siempre, le daba largas y le ponía un libro en el regazo. Eso sí que era una dura batalla...
La nieve caía suavemente pero anunciaba ventisca. Orav se arrebujó en su capa y se dirigió al bosque antes de que anocheciera. Su maestro le había pedido unas cuantas hierbas para realizar pociones. ¡Al menos eso sí le dejaba hacerlo! Pero las tontas, las curativas, de aumento de fuerza, restauración de una magia que aún no poseía...
- Que aún soy un crío dice... -comentó para sí cogiendo una rama gruesa de un árbol y dando espadazos con ella- ¿Sabría un crío manejar así una espada?
- Los niños usan palos a modo de espada...
Esa voz. Su amiga, que se había convertido en una bella joven terca como una mula, aparecía de nada para acabar con su amargura. ¿Eh? -pensó sonrojándose.
- Abrígate, te estás poniendo rojo.
Orav se sonrojó aún más y se echó la capucha por encima. Demonios, no podía dejar que supiera sus sentimientos hacia ella...
- ¿Qué haces aquí?
- Pasear... -contestó con un deje de tristeza- ¿Y tú?
- Recoger hierbas para pócimas -dijo el joven dándose importancia.
- ¿Ya eres brujo y te conviertes en lobo? -preguntó ella con sorna.
Solo a ella le había confiado lo de sus futuros poderes -más que nada para que dejara de reírse de él- y le parecía que le había adquirido cierto respeto desde entonces. Pero claro, eso fue cuando eran niños, y el tiempo pasaba y él seguía sin recibir sus dones... Pero la poción se la había tomando y había visto a su yo futuro -eso no se lo había contado por si las moscas- así que todo saldría bien.
- Pronto -dijo con el mismo tono misterioso que usaba Thÿowin. Bueno, el tono de Thÿowin era condescendiente, pero eso a ella no le importaba.
- Oh, ya veo... -respondió ella riéndose- ¿Te importa que te acompañe?
- Claro, una dama no debe viajar sola por el bosque. Bueno, y tú tampoco.
- ¡¡Eh!!
La joven echó a correr detrás de él, que reía a carcajadas. Si, un poco niños todavía eran, ¿pero no era aquello hermoso?
La noche cayó sobre el bosque y una niebla densa comenzó a apoderarse del lugar sutilmente.
- Deberíamos volver -dijo Orav, que amaba mirar las estrellas y contarle todo lo que sabía sobre las constelaciones, pero empezaba a tener demasiado frio.
- No quiero regresar -susurró ella en voz baja.
El joven la miró. Parecía muy triste e incluso... ¿Frágil? Una ternura desconocida se apoderó de él y deseó abrazarla.
- ¿Qué ocurre?
Una lágrima resbaló por la mejilla de su amiga.
- Mis padres... me han comprometido.
Eso sí que no se lo esperaba. Iba a preguntarle si temían que se le pasara el arroz a pesar de que apenas llegaba a la juventud, pero algo le dijo que ese no era momento para bromas. No supo qué decir.
- Es... un viejo rico. Muy, muy viejo. Vive en Ylôwan, en un castillo cerca del rio. Tiene hijos mayores que yo... -contó mientras más lágrimas se apoderaban de sus ojos.
- ¿Y por qué..? -guardó silencio. Realmente no sabía qué decir. Le puso una mano en la espalda.
- No lo sé, al parecer me odian. Y desde luego no quieren descendencia, porque con ese hombre...
- Tal vez esperan que muera y uno de sus hijos te tome.
La joven le miró con odio y no pudo culparla. Aquello había sido una profunda falta de tacto. Suerte que Thÿowin no podía oírle.
- ¿Te parece gracioso? ¡Arruinará mi vida! ¡Jamás encontraré el amor verdadero! -se lamentó ella.
- No sabía que el amor romántico te gustase tanto... De todas maneras... Siempre puedes tener un amante... -Vale, estupendo, le había salido un tono de voz persuasivo que le había dado escalofríos incluso a él. Esperaba que no se hubiera dado cuenta.
- Qué bien, esa es la solución a todos mis problemas... Amantes en la oscuridad -se mofó ella.
- He dicho "amante" -por un momento le pareció que iba a soltarle un bofetón, pero no lo hizo.
- Tú nunca te enteras de nada... -respondió ella levantándose y alejándose de él.
- ¡Espera, te perderás!
- ¡Conozco este bosque como la palma de mi mano! ¡Podría recorrerlo con los ojos cerrados, llevo caminando por él desde niña! ¡Ojalá fuese una dríada! -exclamó de forma dramática.
Se habían perdido. La niebla era tan densa que apenas podían ver lo que les rodeaba. Orav no había comentado nada acerca de sus palabras pero internamente la culpaba por su cabezonería. Como un caballero elegante, le había dado la mano para que no se separasen y pensaba en cómo hacer un refugio para pasar la noche, porque claramente no encontrarían el camino en medio de la oscuridad. Pero no pensaba darle su capa, hacía un frio que te mueres. Thÿowin estaría orgulloso de él. En parte.
- Lo siento... Estamos en este lío por mi culpa... -se disculpó ella con sinceridad cuando se encontraron bajo la copa de un enorme árbol que les protegería.
- No pasa nada... La niebla nos ha cogido desprevenidos, nunca pensé que se cerraría con tanta rapidez...
- ¿Crees que habrá lobos?
Su voz no parecía indicar miedo. Más bien... desánimo. Apatía.
- Si hay lobos hablaré con ellos, pronto me uniré a su manada -dijo guiñándole un ojo. La joven sonrió.
- De momento reunamos ramas, necesito un buen fuego, estoy helada...
- Sí, te estás quedando un poco morada -dijo él alzando su mano. Su corazón latió con fuerza y se giró rápidamente para disimular.
- No te alejes -suplicó ella.
- Para nada, aquí hay un montón de hojarasca, busca una piedra adecuada...
En poco tiempo lograron encender una hoguera que dio un poco de alegría al lugar, teniendo en cuenta que ya no se veía nada alrededor.
- ¿Ninguna de esas hierbas se comerá, por casualidad? -preguntó ella.
- Ya sabes que sí... Aunque estarían mejor acompañadas de una buena pieza de carne... -suspiró él mientras el estómago le rugía.
- ¿No puedes invocar un jabalí o algo? -dijo ella con cierto tono de burla. Parecía inusitadamente de mejor humor.
- Ojalá... Thÿowin aún no me ha enseñado hechizos de invocación de comida deliciosa...
- Yo llevo algo de pan encima... Me lo traje para el paseo, lo he amasado yo misma -dijo tendiéndole un trozo.
- ¡Qué rico! -iba a añadir que su futuro marido estaría encantado pero se dio cuenta a tiempo de que sería meter el dedo en la llaga. ¡Qué no maduraba, le decían!
El tiempo pasaba y la niebla se hacía más intensa si eso era posible. Al menos había dejado de nevar, aunque el profundo ramaje del árbol crease una pequeña atmósfera seca y confortable. No habría sido agradable sentarse en el suelo mojado.
- Tengo mucho sueño... -dijo ella, bostezando.
- Ven, vamos a dormir. Nos podemos tapar con los mantos para no pasar frio.
La joven se tumbó a su lado cogiéndole desprevenido, se quitó la capa y se la ofreció para que se taparan. Un sonrojado Orav hizo lo propio con su capa. La joven se abrazó a él y se acomodó en su regazo.
- Que duermas bien, Orav -dijo ella con los ojos cerrados. El corazón del joven latía con tanta fuerza que no creyó que pudiera dormir en toda la noche.
Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños lobezno!
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