Las aguas habían descendido y el brillo cegador se había apagado. Pichu miró alrededor comprobando que ninguno de los muros había sido dañado en el proceso y que todos estaban bien.
- ¡El panteón de los dioses se vengará por la afrenta infligida a su templo! -gritó el que se creía Viracocha.
- Acabamos de salvar este lugar del agua, no creo que los dioses se enfurezcan precisamente por ello... ¿Estáis todos bien? -preguntó preocupado. Al fin y al cabo era su expedición.
- Si -dijeron todos casi al unísono, salvo el chico que no sabía nadar y que aún estaba muy asustado y el arqueólogo listillo, que parecía muy molesto.
- ¡Oh, esposa de Inti, libérame de mis ataduras! -rogó Viracocha.
- Madre Luna no va a salvarte... ¿Antes dijiste que esta era tu tumba?
Viracocha le miró entre furioso y halagado.
- ¡Recordáis mis palabras, mortal!
- ¡Amauta! Soy un amauta, un hombre sabio...
Una risita despectiva resonó con el eco de la sala, pero Pichu la ignoró.
- Este es un santuario dedicado en mi honor, ¡Tratadlo con respeto! -exigió el arqueólogo de ojos dorados.
- Pero no es Quisuar Cancha, ¿no? -preguntó el arqueólogo que le cuestionaba para demostrar que él también sabía cosas (y no necesitaba mirar el móvil).
- Desde este templo sagrado se originó el mundo tal y como lo conocéis.
Pichu le miró fascinado. Viracocha había comenzado su obra en el mundo de los antiguos tallando en piedra las figuras de los dos primeros seres humanos, un hombre y una mujer. Colocó las estatuas en diferentes sitios, y éstas se fueron animando a medida que les otorgó un nombre, cobrando vida en la oscuridad del mundo primigenio mucho antes de que el dios iluminara el mundo con su luz, que solo poseía el resplandor de Tití, el puma salvaje y ardiente que vivía en la cima del mundo. Por eso aparecían jaguares en las figuras totémicas del Imperio Inca... Le sonaba haber visto alguno por las cercanías...
- ¡Pichu! ¡Regresa!
- ¿Si? ¡Sí! Aquí estoy, estaba escuchando...
- ¡No has oído lo último que ha dicho, fijo!
- ¿El qué?
La arqueóloga se desesperó.
- ¡Sobre este santuario pesa una antigua maldición de las tribus..!
- ¡No lo digas, no desveles el misterio! -rogó Pichu con voz de Sméagol.
- Pero vamos a ver, ¿cuántas maldiciones pesan ya sobre nuestras espaldas? -cuestionó con tono grandilocuente el arqueólogo que no sabía nadar.
- Unas cuantas, a decir verdad... Es decir, no... A ver... -Pichu no sabía cómo explicarse ni hasta qué punto debía hablar. El pokémon Pichu se subió a su hombro y por un momento se sintió como un pirata... Ay, a ver si sus compañeros tenían razón y se le estaba yendo la olla...
Un gran sonido de paneles moviéndose interrumpió sus pensamientos. Uno de los muros comenzó a desplazarse verticalmente y una nube de polvareda les recibió mezclándose con los restos de agua del suelo, ennegreciéndola.
- Veamos... al próximo que vuelva a tocar cualquier mecanismo misterioso sin mi permiso, ¡está despedido! -amenazó Pichu.
- Lo siento... -dijo la arqueóloga que se hacía pasar por Pacha Mama.
Pichu se asomó con precaución e iluminó la estancia con su móvil. Estaba repleta de telarañas, polvo y parecía que no había sido explorada en siglos, quizá desde su propia construcción. Miró a Viracocha, que estaba inusitadamente silencioso y miraba casi horrorizado a la oscuridad de esa estancia. ¿Reaccionaba así por lo que contenía su interior o porque lo habían descubierto?
- Bueno, yo voy a explorar... Pacha Mama, Mama Quilla y tú -señaló al arqueólogo listillo- os venís conmigo.
- ¿Yo? -preguntó el chico, confuso.
- Si, claro, no me fio ni un pelo de ti así que te vienes. Los demás vigilad a Viracocha, al otro y pobres de vosotros como oséis tocar algo... Si en un par de horas no hemos vuelto, os doy permiso para que tú y tú -esta vez señaló a la arqueóloga que le caía bien y a otro de los chicos- nos sigáis y nos rescatéis o lo que sea...
- ¿Y yo me tengo que quedar con los lunáticos? -se quejó uno de los arqueólogos.
- No son peligrosos, están maniatados y parece que nuestro Viracocha ha entrado en trance o algo...
El joven miró a Viracocha, que abría la boca en gesto de terror mudo y parecía querer revelar alguna de sus grandes verdades pero algo lo detenía... Esas muecas tendrían que ser suficientes como para disuadirlo de entrar en la estancia polvorienta pero a esas alturas estaba en modo Indiana Jones total y quería seguir adelante.
- Os iremos dejando señales de tiza en las paredes por si nos perdemos... o cualquier otro tipo de señal suponiendo que las paredes sean valiosas. Confío en que seáis lo suficientemente inteligentes como para seguirlas... -les dijo Pichu- De momento me llevo cuerdas, linternas y algún vívere, tengo hambre...
El arqueólogo listillo rodó los ojos.
- ¡Adelante!
Pichu se internó en la oscuridad, iluminando con la linterna, y se encontró en una amplia sala de piedra sin nada llamativo en su interior a simple vista. Ningún dibujo ni señal, solo dos pasillos que llevaban a las profundidades de la cueva.
- Este va hacia ligeramente hacia arriba y este hacia abajo... ¡Por el de abajo! -terció Pichu, seguro de sí mismo.
- ¿Por qué? -preguntó la arqueóloga Pacha Mama.
- El aire no está tan viciado aquí abajo... En caso de duda, Meriadoc, ¡sigue siempre tu olfato!
- Vale, seguimos instrucciones de Gandalf... ¿A él le atacó un Balrog, recuerdas?
- Oh, no creo que encontremos Balrogs por aquí... Aunque a este paso quién sabe... -musitó para sí Pichu. El pokémon pareció reírse.
Descendieron por la escalinata durante lo que pareció una eternidad hasta encontrarse en otra sala de piedra toscamente labrada con más símbolos de nativos de la zona y sus dioses. No parecía tener ninguna salida, por lo que Pichu se decepcionó.
- Esto... ¿Son tumbas? -preguntó caminando con cautela Mama Quilla.
- Bueno, tampoco sería tan extraño que fuera un yacimiento... -dijo Pichu mirando a su alrededor. El pokémon bajó de su hombro y empezó a saltar por la sala muy alegre.
- ¿Qué le ocurre?
- No sé... ¿Qué pasa, pequeñín? ¿Has encontrado algo interesante?
Pichu fue hasta una de las esquinas de la sala y lanzó unas pequeñas chispas. El arqueólogo lo siguió e inspeccionó los alrededores.
- ¡Mirad, restos arqueológicos!
Trozos de vasijas y algunos Mullu se encontraban en una oquedad del muro.
- ¿Qué es eso? -preguntó Pacha Mama.
- Pues Mullu, un molusco de coloración rojiza que se usaba como medio de cambio antes de la conquista española. También como ofrenda para ritos funerarios, ornamentación, joyería, máscaras o pequeñas estatuillas... -contó Pichu desde la esquina mirando su móvil con disimulo. ¡Si que le llegaba lejos la cobertura!
- Interesante... Oye, he encontrado una palanquita. ¿Puedo pulsarla? -preguntó con cierta sorna el arqueólogo listillo.
- Veámosla -dijo Pichu, encantado y hasta sorprendido de que le hubiera pedido permiso. ¡Así no podría despedirle! - Sí... parece una palanca normal y corriente, presiónala a ver qué pasa.
El arqueólogo volvió a rodar los ojos y tiró de la palanca. No se movió.
- No se... mueve... -dijo.
- Dale con más fuerza -aconsejó Pichu.
- ¿Te crees que no lo hago? ¡Ayúdame!
Juntos tiraron de la palanca arriba y abajo alternativamente pero no se movía.
- Aquí hay un botón.
Mama Quilla señaló al muro contiguo, donde cubierto de telarañas había un botón de aspecto oxidado.
- Uy, uy, uy, esto me huele a trampa... Apartaos hasta la puerta y dadme un palo -ordenó Pichu.
- ¿¿Y de dónde vamos a sacar un palo?? -preguntó el otro chico.
- Pues una piqueta, un boli, no sé, algo alargado...
- ¿Te vale este bocata?
Pichu miró a la arqueóloga y se encogió de hombros.
- Qué remedio...
Tapó cuidadosamente el bocadillo y cuando todos estuvieron al otro lado de la puerta presionó con cuidado el botón. Al punto se oyó un ruido, unas cuantas flechas herrumbrosas salieron de diferentes direcciones y un pequeño altar con un cofre surgió del suelo.
- ¡Os lo dije! -exclamó ufano.
- Bueno, también podía haber sido un mecanismo que cerrase esta puerta y nos hubiera pillado en medio dejándonos encerrados... -razonó el arqueólogo listillo. Pichu le fulminó con la mirada.
- Vamos a ver qué es ese altar...
- ¡Oh, mirad esto!
- Esto... ¿Son tumbas? -preguntó caminando con cautela Mama Quilla.
- Bueno, tampoco sería tan extraño que fuera un yacimiento... -dijo Pichu mirando a su alrededor. El pokémon bajó de su hombro y empezó a saltar por la sala muy alegre.
- ¿Qué le ocurre?
- No sé... ¿Qué pasa, pequeñín? ¿Has encontrado algo interesante?
Pichu fue hasta una de las esquinas de la sala y lanzó unas pequeñas chispas. El arqueólogo lo siguió e inspeccionó los alrededores.
- ¡Mirad, restos arqueológicos!
Trozos de vasijas y algunos Mullu se encontraban en una oquedad del muro.
- ¿Qué es eso? -preguntó Pacha Mama.
- Pues Mullu, un molusco de coloración rojiza que se usaba como medio de cambio antes de la conquista española. También como ofrenda para ritos funerarios, ornamentación, joyería, máscaras o pequeñas estatuillas... -contó Pichu desde la esquina mirando su móvil con disimulo. ¡Si que le llegaba lejos la cobertura!
- Interesante... Oye, he encontrado una palanquita. ¿Puedo pulsarla? -preguntó con cierta sorna el arqueólogo listillo.
- Veámosla -dijo Pichu, encantado y hasta sorprendido de que le hubiera pedido permiso. ¡Así no podría despedirle! - Sí... parece una palanca normal y corriente, presiónala a ver qué pasa.
El arqueólogo volvió a rodar los ojos y tiró de la palanca. No se movió.
- No se... mueve... -dijo.
- Dale con más fuerza -aconsejó Pichu.
- ¿Te crees que no lo hago? ¡Ayúdame!
Juntos tiraron de la palanca arriba y abajo alternativamente pero no se movía.
- Aquí hay un botón.
Mama Quilla señaló al muro contiguo, donde cubierto de telarañas había un botón de aspecto oxidado.
- Uy, uy, uy, esto me huele a trampa... Apartaos hasta la puerta y dadme un palo -ordenó Pichu.
- ¿¿Y de dónde vamos a sacar un palo?? -preguntó el otro chico.
- Pues una piqueta, un boli, no sé, algo alargado...
- ¿Te vale este bocata?
Pichu miró a la arqueóloga y se encogió de hombros.
- Qué remedio...
Tapó cuidadosamente el bocadillo y cuando todos estuvieron al otro lado de la puerta presionó con cuidado el botón. Al punto se oyó un ruido, unas cuantas flechas herrumbrosas salieron de diferentes direcciones y un pequeño altar con un cofre surgió del suelo.
- ¡Os lo dije! -exclamó ufano.
- Bueno, también podía haber sido un mecanismo que cerrase esta puerta y nos hubiera pillado en medio dejándonos encerrados... -razonó el arqueólogo listillo. Pichu le fulminó con la mirada.
- Vamos a ver qué es ese altar...
- ¡Oh, mirad esto!
Pacha Mama había entrado por una puerta secreta surgida en el muro justo al lado izquierdo de la escalinata y les gritaba desde el otro lado.
- ¡Has ido sin mi...! ¡Ooh!
Cuando Pichu llegó hasta ella, vio una enorme sala de piedra iluminada por una tenue luz que procedía del exterior y en medio de la misma un hermoso círculo que llevaba por unas escaleras a un trono con la imagen de Viracocha tallada.
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