"La Madre Diosa es la Emperatriz de la Naturaleza, Reina de las Aguas, Soberana del Fuego, Monarca del Aire, Señora de la Tierra, Majestad del Metal y Alteza de la Madera..."
- ¡Cuántos títulos iguales para decir "reina"! -exclamó Orav. Thÿowin le ignoró.
"Rige los fluidos, gobierna las llamas, preside los vientos, domina los terrenos, regenta los minerales y lidera los árboles..."
- ¡Y cuántos sinónimos! Aunque el de "árboles" para la madera no ha quedado muy allá... ¡Ay! -exclamó cuando su maestro le dio una colleja.
- ¡No me interrumpas! La disciplina es clave en un guerrero. Y el buen hablar, la elocuencia, son esenciales -terció.
A Orav le costó callar cuando volvió a oírle decir equivalentes, pero guardó silencio.
...
"Es la Diosa Primigenia, La Gran Madre, venerada desde tiempos inmemoriales cuando nuestros ancestros habitaban en cuevas. Podemos encontrar representaciones suyas en cavernas y su adoración fue la primera sobre la tierra. Pero su culto fue olvidándose cuando las religiones politeístas, animistas y panteístas cobraron fuerza en los corazones de sus siervos. Sin embargo, siempre será la Diosa Original, la creadora de todo".
El hombre hizo una pausa dramática que no pareció impresionar en absoluto a su joven discípulo.
- Entendido... -dijo Orav titubeante, esperando que continuara.
- No lo entiendes. Ella es Él. Ellos. Todos.
- Ajá...
Orav se ganó otra colleja.
- ¡Nada de "ajá"! La tierra impera sobre todo. Debes aprenderlo.
- ¡Eh, "imperar", otro...! Nada, nada, me callo... -dijo rápidamente ante la mirada inquisitiva de su maestro.
- No sé si será buena idea enseñarte, no te lo tomas en serio. Y la Diosa nunca debe ser tomada a la ligera, es la que otorga los poderes a sus hijos. Y puede maldecirles.
El niño le miró con ojos grandes y brillantes. No quería ser maldecido. El maestro sonrió complacido al ver que parecía haber captado su atención.
"La Madre Diosa creó varias razas de seres mágicos para llenar su mundo de magia y diversidad. Aquellos seres fabulosos se dividían según los puntos cardinales, los elementos del mundo y el poder de la alquimia primitiva..."
El pequeño no sabía si Thÿowin erraba al narrar su historia o su propia juventud no le permitía apreciarla en todos sus matices. ¿Qué tenían que ver los puntos cardinales y los elementos? ¡Oh, eso había sido muy profundo! Ya empezaba a reflexionar como un verdadero guerrero.
- "... las princesas del agua: ninfas, ondinas, nereidas, náyades y, sobre todo, las Oceánides..."
Se había perdido en sus pensamientos y fantasías. ¿Pero realmente qué le importaba todo eso? ¡Él quería luchar y aprender el noble arte de la guerra!
"... Urania, Hipo, Clímene, Rodea, Calírroe..."
¿Y de todos modos, de qué le servía la mitología grecolatina para ello? ¿Para impresionar a los enemigos con sus conocimientos?
"... Perseis, Yanira, Acasta, Pléyone, Jante..."
No se lo podía creer, pero realmente le apetecía ir a la escuela para dejar de escuchar aquello. Así no aprendía nada y quería hacer algo que requiriese más energía.
- ¿Me estás escuchando? -preguntó Thÿowin viendo que Orav le miraba con fijeza pero parecía completamente ausente.
- ¡Si! Yanis, Casta, Pléiade, Jade...
Thÿowin entrecerró los ojos y Orav se sonrojó ligeramente.
"La Madre Diosa creó varias razas de seres mágicos para llenar su mundo de magia y diversidad. Aquellos seres fabulosos se dividían según los puntos cardinales, los elementos del mundo y el poder de la alquimia primitiva..."
El pequeño no sabía si Thÿowin erraba al narrar su historia o su propia juventud no le permitía apreciarla en todos sus matices. ¿Qué tenían que ver los puntos cardinales y los elementos? ¡Oh, eso había sido muy profundo! Ya empezaba a reflexionar como un verdadero guerrero.
- "... las princesas del agua: ninfas, ondinas, nereidas, náyades y, sobre todo, las Oceánides..."
Se había perdido en sus pensamientos y fantasías. ¿Pero realmente qué le importaba todo eso? ¡Él quería luchar y aprender el noble arte de la guerra!
"... Urania, Hipo, Clímene, Rodea, Calírroe..."
¿Y de todos modos, de qué le servía la mitología grecolatina para ello? ¿Para impresionar a los enemigos con sus conocimientos?
"... Perseis, Yanira, Acasta, Pléyone, Jante..."
No se lo podía creer, pero realmente le apetecía ir a la escuela para dejar de escuchar aquello. Así no aprendía nada y quería hacer algo que requiriese más energía.
- ¿Me estás escuchando? -preguntó Thÿowin viendo que Orav le miraba con fijeza pero parecía completamente ausente.
- ¡Si! Yanis, Casta, Pléiade, Jade...
Thÿowin entrecerró los ojos y Orav se sonrojó ligeramente.
- ¿Puedes nombrarme un ser mágico de cada elemento? -preguntó.
- Aún no los hemos dicho todos... -dijo el niño, seguro de acertar en eso.
- Quiero saber qué puedes decir al respecto.
- Ehmm... -titubeó Orav- De agua las nereidas. De aire... ¡sílfides! De tierra... Hespérides. De fuego, ¿salamadras? ¡No, dragones, dragones! ¿Qué me falta? ¡Ah..! de metal... no sé, y de madera... pues las dríadas o ninfas de los árboles...
- Tu comprensión de los seres feéricos debe ser amplia y rica. Todos son valiosos para nuestros fines, todos pueden ser íntimos aliados en la lucha. Sin una mente bien amueblada solo serás un joven que da golpes a diestro y siniestro y no entiende nada sobre los dones que le han sido concedidos. ¿Entiendes a qué me refiero, pequeño? -explicó el maestro.
Orav asintió, meditabundo. Él prefería lo de los golpes y la batalla, pero suponía que sería importante entender ciertos puntos sobre la magia. Ciertos, que no todos, como aquel maestro pretendía enseñarle. Aunque era verdad que su conocimiento le impresionaba un poquito. Pero nunca lo admitiría.
- Los lobos son una raza noble e incomprendida con bellos poderes y alma pura.
- Sí, son muy bonitos. Y fuertes -coincidió Orav.
- Su magia, bien empleada contra el enemigo, puede ser mortal y devastadora -siguió.
Al niño le brillaron los ojos. ¡Quería proteger a la aldea!
- De modo que tendrás que emplearte a fondo si quieres entender todo sobre esta noble estirpe a la que ahora perteneces y no dejarles en ridículo. Estás destinado a ser un gran guerrero pero tendrás que madurar mucho antes de conseguirlo.
- Soy joven, puedo lograrlo -afirmó el pequeño, convencido de su potencial.
- Así lo creo. Ve a la escuela, se hace tarde. Pronto volveremos a reunirnos y espero que estés más abierto a aprender.
- ¿Y todo esto? -preguntó Orav señalando las ramas que harían las veces de espada, el arco y las dianas.
- Pronto. Habrá mucha parte física, no te preocupes. Incluso acabarás agotado y suspirando por las lecciones teóricas.
- ¡No lo creo! Me gusta la acción.
Thÿowin sonrió. Aquel pequeño tenía mucho espíritu.
- Mañana te prometo una lucha encarnizada entre los dos y quizá alguno de mis amigos lobos.
El niño puso una cara peculiar, mezcla de entusiasmo y miedo, lo que hizo que Thÿowin soltara una enorme carcajada.
- ¡Tranquilo! No sufrirás ningún daño, pero también has de entender cuán horribles y poco prometedoras son las guerras y lo importante que es evitar los conflictos. Se pierde mucho más de lo que se gana.
- La gloria es eterna -dijo el pequeño con gesto altivo.
- Tu nombre escrito en piedra para toda la eternidad no significará nada para los seres queridos que te pierdan. Créeme. Estar vivo es todo un don.
Aquel hombre era demasiado filosófico, pero suponía que con el tiempo le comprendería y estaría de acuerdo con él. De momento solo quería sacar tripas.
- Gracias, maestro Thÿowin. Me encanta su visión del mundo y lo que le rodea -dijo tratando de ser bueno.
- Me alegra oírlo. Pero eso no acelerará el curso de los acontecimientos ni que te de una espada real.
El niño se enfurruñó y Thÿowin volvió a reír. Quién iba a decir el gran hombre en el que se convertiría aquel protestón.
- Los lobos son una raza noble e incomprendida con bellos poderes y alma pura.
- Sí, son muy bonitos. Y fuertes -coincidió Orav.
- Su magia, bien empleada contra el enemigo, puede ser mortal y devastadora -siguió.
Al niño le brillaron los ojos. ¡Quería proteger a la aldea!
- De modo que tendrás que emplearte a fondo si quieres entender todo sobre esta noble estirpe a la que ahora perteneces y no dejarles en ridículo. Estás destinado a ser un gran guerrero pero tendrás que madurar mucho antes de conseguirlo.
- Soy joven, puedo lograrlo -afirmó el pequeño, convencido de su potencial.
- Así lo creo. Ve a la escuela, se hace tarde. Pronto volveremos a reunirnos y espero que estés más abierto a aprender.
- ¿Y todo esto? -preguntó Orav señalando las ramas que harían las veces de espada, el arco y las dianas.
- Pronto. Habrá mucha parte física, no te preocupes. Incluso acabarás agotado y suspirando por las lecciones teóricas.
- ¡No lo creo! Me gusta la acción.
Thÿowin sonrió. Aquel pequeño tenía mucho espíritu.
- Mañana te prometo una lucha encarnizada entre los dos y quizá alguno de mis amigos lobos.
El niño puso una cara peculiar, mezcla de entusiasmo y miedo, lo que hizo que Thÿowin soltara una enorme carcajada.
- ¡Tranquilo! No sufrirás ningún daño, pero también has de entender cuán horribles y poco prometedoras son las guerras y lo importante que es evitar los conflictos. Se pierde mucho más de lo que se gana.
- La gloria es eterna -dijo el pequeño con gesto altivo.
- Tu nombre escrito en piedra para toda la eternidad no significará nada para los seres queridos que te pierdan. Créeme. Estar vivo es todo un don.
Aquel hombre era demasiado filosófico, pero suponía que con el tiempo le comprendería y estaría de acuerdo con él. De momento solo quería sacar tripas.
- Gracias, maestro Thÿowin. Me encanta su visión del mundo y lo que le rodea -dijo tratando de ser bueno.
- Me alegra oírlo. Pero eso no acelerará el curso de los acontecimientos ni que te de una espada real.
El niño se enfurruñó y Thÿowin volvió a reír. Quién iba a decir el gran hombre en el que se convertiría aquel protestón.
Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños neno!