Habían pasado varias lunas desde su lance en el bosque y Orav no se lo podía quitar de la cabeza. Su amiga estaba más distante que nunca y le rehuía constantemente... ¡Pero si había sido maravilloso! No conocía su lado más romántico y aquella noche había sido un auténtico caballero, respetando a su dama y siendo todo un galán... ¡Maldita sea, mujeres!
- ¿Orav?
- ¡Maldita sea, mujeres! -exclamó en voz alta con un tono que recordó al aullido de un lobo. Thÿowin le miró sorprendido y apenas pudo fingir enfado tras una sonrisa socarrona.
- ¿Puedes decirme de qué estaba hablando?
El joven miró fugazmente a su maestro. Llevaba en brazos un grimorio de un color bermejo desgastado con cierres de cuero. Recordaba ese libro. Le importaba un carajo ese grimorio ahora mismo. La pondría en la lista de demonios si de él dependiera...
- Es el Liber Aneguemis, o Liber Vaccae, habla sobre la creación de entidades vivientes a partir de fluidos y restos de animales y hombres... Vamos, sobre como crear algo parecido a elementales...
- ¿A quién se atribuye su autoría? -siguió cuestionando Thÿowin.
- (¿Y a mí que narices me importa?) Apócrifamente a Platón -¡Toma palabra culta!- pero está traducida de una obra árabe, Kitab an-nawamis, y se compone de un liber maior y liber minor -a ver si así le dejaba en paz.
- ¡Muy bien! No está mal para alguien cuyos pensamientos vagan lejos de aquí... ¿Qué te ocurre?
Orav echó chispas por los ojos casi literalmente. ¿Por dónde empezar?
- Nada.
- Vaya... Pues esa "nada" te tiene muy distraído desde que te mandé a por hierbas curativas...
El joven guerrero se sonrojó. Thÿowin era su mentor y amigo, pero había cosas de las que no quería hablar y que pertenecían a su esfera más profunda y sus pensamientos más lujuriosos... Espera, ¿qué?
- Son... cosas mías.
- ¿Problemas con tu madre?
- ¡Dios, no! Se porta muy bien últimamente, ya hasta parece que entiende que soy un hombre...
- Vaya... Pues esa "nada" te tiene muy distraído desde que te mandé a por hierbas curativas...
El joven guerrero se sonrojó. Thÿowin era su mentor y amigo, pero había cosas de las que no quería hablar y que pertenecían a su esfera más profunda y sus pensamientos más lujuriosos... Espera, ¿qué?
- Son... cosas mías.
- ¿Problemas con tu madre?
- ¡Dios, no! Se porta muy bien últimamente, ya hasta parece que entiende que soy un hombre...
Thÿowin le miró sorprendido. No solía hablar así de su temible madre.
- ¿Entonces qué ocurre?
Orav hizo una pausa antes de responder.
- Pues que no estoy aprendiendo lo suficiente sobre alquimia, fluidos minerales y vacas para crear entidades híbridas, así que prosigamos -dijo muy aprisa sin darse cuenta de su propia incoherencia.
- Es una lástima que por una vez te apetezca tanto instruirte en la teoría porque tenía una misión de praxis para ti...
Los ojos del muchacho se iluminaron. ¡Una misión que le quitara aquellos inoportunos pensamientos! Perfecto... Pero un momento, era Thÿowin, le conocía desde hacía años, seguro que había truco...
- ¿Entonces qué ocurre?
Orav hizo una pausa antes de responder.
- Pues que no estoy aprendiendo lo suficiente sobre alquimia, fluidos minerales y vacas para crear entidades híbridas, así que prosigamos -dijo muy aprisa sin darse cuenta de su propia incoherencia.
- Es una lástima que por una vez te apetezca tanto instruirte en la teoría porque tenía una misión de praxis para ti...
Los ojos del muchacho se iluminaron. ¡Una misión que le quitara aquellos inoportunos pensamientos! Perfecto... Pero un momento, era Thÿowin, le conocía desde hacía años, seguro que había truco...
- ¿De qué se trata? -preguntó, suspicaz.
- Sucesos muy extraños están aconteciendo en un remoto lugar de nuestro señorío... La comarca no es segura, la magia parece haber encontrado un ente oscuro sobre el que reinar y quiero que averigües discretamente de qué se trata... Nadie te reconocerá, deberás fingir ser un viajero de paso y escrutar los alrededores... A ver si así te despejas.
¿Fingir que era alguien que no es? Genial. Lo haría con tanto ahínco que hasta le contratarían de actor para las obras teatrales del pueblo. Por si lo de héroe-brujo-lobo no salía bien.
- ¿Y dónde es?
- Ylôwan.
Orav había quedado petrificado.
- ¡No, no, no!
- Orav...
- ¡No! Me niego. Ylôwan, ¿El castillo? Ni en sueños.
- Orav...
- ¡Que no!
- ¡¡Orav!!
Thÿowin mostró su magia por un instante a través de su mirada y el joven se echó hacia atrás. No solía sacar su genio de esa manera y había que reconocer que era imponente. Pero jamás se lo diría.
- Como amigo te ruego que no me pidas esto.
El hombre se enterneció. Le quería como a un hijo y no le agradaba hacerle pasar por aquello, pero era por su bien. ¡Y cualquiera le decía que era por su bien en aquel estado!
- De verdad, créeme que descubrirás mucho más en Ylôwan de lo que imaginas. Guarda secretos fundamentales para...
- ¡Y una porra! Que no, que me niego... -Orav se levantó e hizo amago de agarrar una de las espadas.
- ¿Vas a luchar contra tu maestro?
La voz de Thÿowin sonó entre curiosa y desafiante.
- Si no queda más remedio...
- Siempre fuiste un niño muy terco... Pero tu tenacidad te llevará lejos. De momento hasta el castillo de Ylôwan, ¡No me agradezcas el viaje!
El guerrero cogió ágilmente una pócima de la mesa y la estampó contra el suelo. Una enorme voluta de humo les tuvo tosiendo un buen rato. Cuando se disipó, los ojos del hombre estaban llorosos.
- ¿Pero qué demonios..? -empezó Orav, confundido.
- Me equivoqué de botellita... Bueno, da igual, tú ve. Hazme caso.
Orav rezongó y se rindió a su destino.
Caminar con nieve apestaba, pero ir en caballo no estaba tan mal. No es que le gustara demasiado montar, pero se sentía un poco centauro en armonía con aquel poderoso animal... ¿A quién pretendía engañar? Montar a caballo apestaba.
- "Ve a Ylôwan, ve a Ylôwan...". Ylöwan apesta -murmuraba para sí mismo. Está lejos, hace frío... ¿Pretende que vaya a sus nupcias? Está loco... ¡Todos locos!
Una señora que paseaba recogiendo bayas en medio de aquel bosque se le quedó mirando fijamente. El joven puso cara de pocos amigos y pasó de largo sin saludar. La señora apestaba. Esta vez literalmente, olía como a muerto... Se dio la vuelta y miró atrás. No había nadie. Pues sería una señora fantasma, qué más daba. Maldito Thÿowin -pensó mientras agitaba el puño, provocando que casi se cayera de la montura.
Pues resultaba que Ylôwan era un sitio precioso. Después de dos días de viaje y varias noches en penumbra seguidos de otros cinco días de viaje -al final con la tontería se había hecho daño cayendo a un río mientras trataba de aliviar su pesar con un rico pescado y se había detenido unos de días- llegó a aquel estúpido lugar lleno de maravillas.
- Venga, Zed -dijo dirigiéndose al caballo y dándole una palmadita- Vamos a visitar el pueblo que será nuestro hogar durante las próximas semanas... O meses... -suspiró resignado. El animal relinchó y por alguna razón le hizo sentir mejor. En el fondo esperaba que fuese una especie de pegaso mágico que le llevara volando lejos de aquel sitio a un lugar donde pudiera encontrar la paz, pero resultó ser un caballo común y corriente. Estúpido caballo. El animal giró la cabeza y le miró con odio, como si hubiera leído sus pensamientos. ¿Uhm?
- Perdona... -dijo sin saber muy bien por qué. El caballo relinchó satisfecho. ¿¿Uhm??
- ¡Hola, joven! ¿Eres nuevo por estos lares?
Un alegre lugareño le sonreía ampliamente dándole la bienvenida a la humilde y bonita aldea.
- Bueno... Vamos a ver lo que este sitio nos ofrece... -dijo Orav guiando a Zed al interior del pueblo y perdiéndose entre sus macetas repletas de flores, sus calles empedradas y retorcidas y sus bellas damas...
El hombre se enterneció. Le quería como a un hijo y no le agradaba hacerle pasar por aquello, pero era por su bien. ¡Y cualquiera le decía que era por su bien en aquel estado!
- De verdad, créeme que descubrirás mucho más en Ylôwan de lo que imaginas. Guarda secretos fundamentales para...
- ¡Y una porra! Que no, que me niego... -Orav se levantó e hizo amago de agarrar una de las espadas.
- ¿Vas a luchar contra tu maestro?
La voz de Thÿowin sonó entre curiosa y desafiante.
- Si no queda más remedio...
- Siempre fuiste un niño muy terco... Pero tu tenacidad te llevará lejos. De momento hasta el castillo de Ylôwan, ¡No me agradezcas el viaje!
El guerrero cogió ágilmente una pócima de la mesa y la estampó contra el suelo. Una enorme voluta de humo les tuvo tosiendo un buen rato. Cuando se disipó, los ojos del hombre estaban llorosos.
- ¿Pero qué demonios..? -empezó Orav, confundido.
- Me equivoqué de botellita... Bueno, da igual, tú ve. Hazme caso.
Orav rezongó y se rindió a su destino.
Caminar con nieve apestaba, pero ir en caballo no estaba tan mal. No es que le gustara demasiado montar, pero se sentía un poco centauro en armonía con aquel poderoso animal... ¿A quién pretendía engañar? Montar a caballo apestaba.
- "Ve a Ylôwan, ve a Ylôwan...". Ylöwan apesta -murmuraba para sí mismo. Está lejos, hace frío... ¿Pretende que vaya a sus nupcias? Está loco... ¡Todos locos!
Una señora que paseaba recogiendo bayas en medio de aquel bosque se le quedó mirando fijamente. El joven puso cara de pocos amigos y pasó de largo sin saludar. La señora apestaba. Esta vez literalmente, olía como a muerto... Se dio la vuelta y miró atrás. No había nadie. Pues sería una señora fantasma, qué más daba. Maldito Thÿowin -pensó mientras agitaba el puño, provocando que casi se cayera de la montura.
Pues resultaba que Ylôwan era un sitio precioso. Después de dos días de viaje y varias noches en penumbra seguidos de otros cinco días de viaje -al final con la tontería se había hecho daño cayendo a un río mientras trataba de aliviar su pesar con un rico pescado y se había detenido unos de días- llegó a aquel estúpido lugar lleno de maravillas.
- Venga, Zed -dijo dirigiéndose al caballo y dándole una palmadita- Vamos a visitar el pueblo que será nuestro hogar durante las próximas semanas... O meses... -suspiró resignado. El animal relinchó y por alguna razón le hizo sentir mejor. En el fondo esperaba que fuese una especie de pegaso mágico que le llevara volando lejos de aquel sitio a un lugar donde pudiera encontrar la paz, pero resultó ser un caballo común y corriente. Estúpido caballo. El animal giró la cabeza y le miró con odio, como si hubiera leído sus pensamientos. ¿Uhm?
- Perdona... -dijo sin saber muy bien por qué. El caballo relinchó satisfecho. ¿¿Uhm??
- ¡Hola, joven! ¿Eres nuevo por estos lares?
Un alegre lugareño le sonreía ampliamente dándole la bienvenida a la humilde y bonita aldea.
- Bueno... Vamos a ver lo que este sitio nos ofrece... -dijo Orav guiando a Zed al interior del pueblo y perdiéndose entre sus macetas repletas de flores, sus calles empedradas y retorcidas y sus bellas damas...
Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños majo!