Orav esperó ilusionado intentando no dar saltitos de emoción. ¡Por fin se volvería el gran guerrero brujo de la aldea!
Hacía frío, ya llevaba varios minutos esperando y nada. Seguía siendo un niño. Cogió una rama, trató de usarla de varita mágica y nada. Nada de nada. Estornudó.
- ¡Me ha engañado! ¡Me he engañado! ¿Cómo puedo ser tan idiota conmigo mismo? Seguro que el Orav mayor sabía que me tomaría la poción cuando no debía y por eso me dio un licor o cualquier otra tontería... Bueno, licor no, no me siento borracho... -gritó frustrado y a punto de tener una pataleta- ¡Me largo a mi casa!
El niño se marchó tan enfadado que ni siquiera se acordaba del lobo que merodeaba por los alrededores. Unos grandes ojos ambarinos que le observaban, en cambio, si se acordaban de él. El lobo siguió sigilosamente al niño hasta llegar a un claro en el bosque y cuando se cercioró de que no había nadie, gruñó.
Orav se dio la vuelta y pegó un respingo. Otra vez aquel lobo enorme. Ante su sorpresa, el lobo se le acercó lentamente y se encogió sobre sí mismo para dar paso a un hombre de gran estatura con una capa morada brillante, unos pantalones verdes muy llamativos y una especie de casaca roja. Parecía un mago de los que venían a la aldea a hacer trucos...
- ¡Hola, hola, hola, pequeño Orav! ¡Te esperaba!
Orav no sabía qué decir así que guardó silencio.
- Disculpa mi porte, voy de incógnito.
El pequeño entrecerró los ojos.
- Me refiero que llevo unos cuantos meses vagando por los bosques en busca de magia oscura para erradicarla y no he tenido mucho tiempo para hacerme con ropajes... he ido cogiendo de aquí y de allá lo que necesitaba. Y menos mal que he ido perfeccionando mis transformaciones para no aparecer desnudo, jajaja...
- Vaaale... -le dio la razón Orav como a los locos.
- Mira esto.
El hombre extraño, cuyos ojos eran grandes y ambarinos también en su forma humana, le hizo una fantástica demostración de magia y lucha. Orav se quedó fascinado y por primera vez sintió respeto por él.
- ¿Te has tomado la poción, eh? Siempre fuiste un niño muy díscolo... Suerte que cuando te la di por primera vez ya eras mayor y conociéndote no me fié de ti y la destilé de manera que solo te diera el poder una vez alcanzaras la madurez física y mental adecuadas...
- ¡Oye! ¡eso es trampa!
El hombre soltó una carcajada y el niño se enfurruñó aún más.
- Me llamo Thÿowin y puedo ser tu maestro si me aceptas. Soy un noble guerrero versado en el arte de la guerra y pertenezco al pueblo, aunque suelo ausentarme por lo que ya te he contado y espero que mantengas en secreto. Tu madre es una mujer de carácter, no se opondrá a que seas guerrero...
- ... pero es mejor que no conozca lo de la magia, sí. No quiero que me riña.
- Jajaja, ¡así es! ¿Entonces querrás ser mi discípulo?
Orav meditó por unos instantes. Conocía a la gente del pueblo y no conectaba especialmente con ninguno de los guerreros... Todos le miraban como si fuera demasiado joven, pero este hombre estaba dispuesto a aceptarle como aprendiz, así que suponía que no le quedaba otra... Y parecía simpático...
- Vale. Sí, señor.
- Muy bien, pues tengo tu primera misión. No quiero aparecer así en la aldea, de modo que búscame algún ropaje digno de un guerrero que viene de luchar contra las fuerzas del mal. O al menos algo decente. No quiero ir a hablar con tu madre con este aspecto...
- ¿En serio? Está bien...
Solo porque era un lobo, que si no... ¿Habría más como él?
Orav iba sumido en sus pensamientos y decidió robar algo de ropa al herrero. Unos ropajes marrones serían adecuados y el hijo de aquel hombre parecía tener una talla semejante a Thÿowin. Cuando volvió al bosque su maestro se cambió y al punto pareció una persona muy diferente, distinguida y versada en el noble arte de la guerra.
- Así está mejor... Ahora, vamos a tu casa. ¡Aunque primero pasaré a saludar a mis parientes!
Tras la alegría de su familia por el reencuentro y una opípara merienda de la que Orav insistía en escapar porque al fin y al cabo se había escabullido de casa y su madre ya estaría echándole de menos y pestes, por fin fueron hasta su casa.
- Mi madre me va a regañar...-se lamentó.
- ¡No te preocupes, yo me encargo! -le animó Thÿowin.
- ¡Orav! ¿¿Dónde te habías metido?? ¡Escaparte de casa sin decir nada!
- ¡Señora, que bella está usted..!
- ¡No me vengas con paparruchas, Thÿowin! ¡Meses y meses lejos de la aldea y luego vuelves como si nada y secuestras a mi hijo!
Orav no entendía el valor de su madre para hablarle así a un guerrero que sabía que había matado a enemigos en la guerra... ¡A ver si tenía que ser su aprendiz!
- No he secuestr...
- ¡No me interrumpas! ¿Cómo estás, hijo? ¡Llevas meses fuera! -exclamó preocupada y mirando al joven por todas partes para comprobar si tenía alguna herida o cicatriz.
Después de hablar por un rato y explicarle que tenía interés en educar a su hijo, su madre, para sorpresa de Orav, aceptó. Luego dijo que sería una buena forma de meterle en cintura y quitarle los pájaros de la cabeza y Orav comprendió.
- ¡Muy bien! Pues tu instrucción comenzará mañana al amanecer, antes de la escuela.
- ¿Tendré que madrugar? -gimió el niño.
- ¡Los enemigos no descansan! -rió su madre mientras él volvía a enfurruñarse.
A la mañana siguiente, cuando los rayos del sol aún no habían despuntado porque el día volvía a ser nublado, Orav se reunió con Thÿowin, que tenía algunas ramas preparadas para enseñarle a usar la espada, un pequeño arco para practicar puntería y varias dianas y un amplio espacio en la cuadra para poder simular luchas.
- ¿Aquí... vamos a practicar? -preguntó Orav dubitativo mirando los caballos que relinchaban y las gallinas correteando por el corral.
- Bueno, es invierno y hace frío, cuando despeje practicaremos fuera junto al resto de discípulos y maestros. De momento este sitio está bien. Mi familia es humilde...
- "No te dejes seducir por el oro ni las riquezas" -recordó que había dicho su yo mayor. Pero entre eso y una cuadra...
- "No te dejes seducir por el oro ni las riquezas" -recordó que había dicho su yo mayor. Pero entre eso y una cuadra...
- ¿En qué piensas? -preguntó Thÿowin, curioso.
- Nada, nada... estoy listo para empezar.
- Muy bien. Pues siéntante -invitó el guerrero- porque te voy a contar la historia de la Madre Diosa.
Dedicado a Álvaro, ¡feliz cumpleaños majo!